Miguel Marte
Hermanos: El primer hombre, Adán, fue un ser animado. El último Adán, un espíritu que da vida. No es primero lo espiritual, sino lo animal. Lo espiritual viene después. El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. Pues igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. (1 Corintios 15, 45-49)
Un texto que viene a corroborar lo que decíamos la semana pasada respecto a la resurrección alcanzada por el ser humano. Es el paso de una existencia terrenal, transitoria y fugaz a otra celeste, incorruptible e inmortal. En efecto, después de haber recordado a los cristianos de Corinto cuál es el fundamento de nuestra fe (Cristo muerto y resucitado) y la repercusión que esto tiene en la vida del creyente (resucitar como Jesucristo), ahora intenta decirnos de qué modo se llevará a cabo la resurrección. Lo hace a partir del versículo 35, el cual está orientado por una pregunta que se ha mantenido latente a lo largo de todo el capítulo 15 de la Primera Carta a los Corintios: ¿cómo resucitan los muertos? ¿con qué cuerpo lo harán? Miremos cómo procede Pablo para dar respuesta a un asunto tan complejo.
El apóstol hace una lectura alegórica de Génesis 2-3 en el horizonte de la teoría de “los dos Adán” defendida por Filón, pensador judío contemporáneo suyo, aunque radicado en Alejandría. Según Pablo, nuestra vida tiene dos fases, una terrenal, animal, material, corruptible; y otra espiritual, celeste, sobrenatural e incorruptible. Aunque nosotros nacemos siendo como el primer Adán, estamos llamados a caminar hacia la configuración con el segundo, que es Cristo. Ese paso lo podemos dar gracias al Espíritu, que es el que precisamente nos va configurando con Jesucristo, muerto y resucitado. Para Pablo, lo primero en el tiempo es el cuerpo material, pero lo primero en cuanto “perfección” es el cuerpo espiritual. A esto último es que debemos llegar partiendo de lo primero.
La contraposición Adán-Cristo es una manera distinta de Pablo plantear otras que aparecen en sus escritos: carne-espíritu, ley-gracia, pecado-gracia, esclavo-hijo, muerte-resurrección. Esas contraposiciones nos revelan la vida cristiana como camino, como proceso. Se trata del proceso de llegar a ser uno mismo. El movimiento va de lo terrenal y caduco a lo celestial y duradero. Lo perdurable es la vida celestial, lo terrenal pasa rápidamente. El camino para llegar a ser uno mismo lleva de la carne al espíritu; de la vida según los criterios del mundo a una vida según el Espíritu. Es el proceso de una vida vivida según los propios criterios a una vida orientada por la voluntad de Dios. Esa es precisamente la diferencia entre el primer y el segundo Adán. El primero quiso prescindir de Dios hasta el punto de querer ser él Dios, el segundo se sometió en todo a la voluntad de Dios.
Esta imagen nos coloca ante un camino espiritual que va del “primer Adán” al “segundo Adán”. Se trata de una espiritualidad que nos invita a despojarnos de lo viejo para que pueda crecer en nosotros algo nuevo, es el paso de sentirnos creaturas a sentirnos hijos. Esta última es nuestra verdadera identidad. Cuando damos el paso de vivir como creatura a vivir como hijos asumimos nuestra existencia de una manera más genuina, auténtica y verdadera.
Tenemos que repetir aquí lo que ya hemos dicho antes: lo que es primero en el tiempo no lo es en el ámbito de lo “perfecto”. Para Pablo -y en nuestro pasaje queda claro- el “último Adán”, que es Cristo, es la imagen de la condición humana plena. En él, lo viejo, la manera de actuar del primer Adán, habiendo muerto en la cruz, ha dado paso a lo nuevo que ha brotado con su resurrección. Versículos previos a los que nos ocupan Pablo ha afirmado: se siembra, se entierra un cuerpo terrenal y surge, resucita un cuerpo espiritual. Hacia allá debemos avanzar.