Los Ángeles enseñan a los consagrados a ser peregrinos de la esperanza

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La fiesta de la Presentación del Señor, celebrada el 2 de febrero, coincide con el Día de la Vida Consagrada, instituido por San Juan Pablo II. Los consagrados, al entregarse completamente a Dios mediante los votos de castidad, pobreza y obediencia, se convierten en signos de esperanza para el mundo. Su vida, como la misión de los ángeles, es una peregrinación constante hacia el cumplimiento de la voluntad divina.

Este Año Jubilar 2025, bajo el lema “Peregrinos de la esperanza”, tanto la vida consagrada como la figura de los ángeles se nos presentan como símbolos de esperanza. Las lecturas de este domingo, tomadas del Libro de Malaquías y la Carta a los Hebreos, nos hablan de la esperanza cumplida en Jesucristo, quien es la luz que disipa las tinieblas. Los ángeles, al anunciar la venida del Salvador, nos recuerdan que nuestra esperanza se cumple en Él, y los consagrados, siguiendo su ejemplo, nos invitan a vivir con la misma esperanza firme.

En un mundo marcado por la incertidumbre, el sufrimiento y la desesperanza, muchas personas, especialmente los jóvenes, los prisioneros, los refugiados y los más vulnerables, viven sin esperanza. Sin embargo, los ángeles, con su constante presencia y misión divina, nos enseñan que la esperanza nunca se pierde. Sus intervenciones a lo largo de la historia nos muestran que la esperanza en Dios es la única que no defrauda.

Los consagrados, siguiendo el ejemplo de los ángeles, son signos visibles de esperanza en el mundo. A través de su vida de sacrificio, oración y servicio, reflejan la presencia de Dios en medio de las dificultades y el sufrimiento. Como los ángeles, que adoran a Dios sin cesar, los consagrados nos enseñan a vivir con esperanza, dirigiendo nuestros corazones hacia la eternidad, sin dejar de caminar en la misión de Cristo.

El camino cristiano, tanto para los ángeles como para los consagrados, es un camino de fe y esperanza. La fe en que Dios nunca abandona a sus hijos, y la esperanza en que Cristo es la respuesta a nuestros anhelos más profundos, nos permite perseverar. En momentos de duda o sufrimiento, los ángeles nos invitan a confiar en la promesa de que Dios está con nosotros, guiándonos en cada paso. Como el evangelio nos recuerda, Cristo está presente en nuestras vidas y nos dice: “Soy yo, no temáis”. Esta es la esperanza que los ángeles enseñan a los consagrados: una esperanza inquebrantable.

Hoy, al reflexionar sobre la vida consagrada y la enseñanza de los ángeles, agradecemos su testimonio de esperanza y dedicación. Al igual que ellos, somos llamados a ser peregrinos de la esperanza, caminando en la luz de Cristo. En especial, hago una invitación a todos los jóvenes que sienten en su corazón el llamado de Dios: no tengan miedo de seguir el ejemplo de los consagrados, de entregarse completamente a Dios como religiosos. 

En ese camino, encontrarán la verdadera paz y esperanza que el mundo no puede ofrecer. Que la Virgen María, Madre de la Esperanza, nos guíe y nos ayude a vivir este llamado con fe, sabiendo que en Dios encontramos la verdadera esperanza que da sentido a nuestras vidas.