UNA MISMA FUENTE CARISMÁTICA

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Hermanos: Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Y así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A éste le han concedido hacer milagros; a aquél, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas. El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece. (1Corintios 12, 4-11)

Todo el capítulo 12 de la Primera carta a los corintios es un texto que nos pone a pensar en la diversidad como riqueza para construir la unidad. En él, Pablo nos recuerda que Dios nos quiere distintos. La palabra diversidad aparece repetidas veces. Dios ha creado a cada uno con lo suyo. Pretender lo contrario es oponernos a la voluntad de Dios. Sin embargo, abundan los que quisieran que todos sean iguales. Qué aburrida y monocromática sería la vida. La diversidad tiene su belleza. Y tal vez sea esa su riqueza.

El apóstol quiere dejar claro que es posible la convivencia a pesar de las diferencias. ¿Por qué es esto posible desde una vida cristiana que se preocupa por construir la comunidad? Nos propone dos razones teológicas: los dones son diversos, pero la fuente de todos ellos es ‘la misma’: “el mismo espíritu”, “el mismo Señor”, “el mismo Dios”.

La segunda razón es que Dios ha dotado a cada miembro de la comunidad: “a cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu”; “el Espíritu distribuye, dando a cada uno”; “Dios puso cada uno de los miembros en el cuerpo a su voluntad”. No hay entonces motivo para gloriarse por el propio carisma. Cada uno es distinto; pero ninguno es mejor. Todos y cada uno sirve para construir la comunidad. Tampoco está permitido despreciar a algún miembro porque sería despreciar al Espíritu de Dios que se manifiesta como le place en cada persona, la cual es constituida en carisma para la comunidad eclesial.

Esa diversidad, esa manera de proceder del Espíritu de Dios, es para enriquecer la comunidad; para romper con la monotonía dentro de ella; para permitir que cada uno de sus miembros tenga algo que aportar: su propia persona con todo lo que ella es capaz. Por eso insiste en que la diversidad está al servicio de la construcción de “un solo cuerpo” formado por “un solo Espíritu”.

Esta teología propuesta por Pablo: la de una unidad que depende de la gracia de Dios y que es un don gratuito del Espíritu, que, a la vez, busca dar el mayor honor a sus miembros menos valorados (primera lectura de hoy) era una propuesta contracultural con relación al sistema político vigente en aquel momento. Para Pablo la comunidad cristiana no está articulada desde las categorías de poder y honor de la sociedad patriarcal de entonces; sino que se caracteriza por ser una comunidad carismática. Cada miembro de ella es un carisma para la misma sin importar las diferencias étnicas, sociales o económicas. La riqueza de la comunidad está en lo que el Espíritu hace en cada uno de sus miembros y no en lo que cada miembro tiene.

¿Quiere decir esto que la comunidad de creyentes actúa anárquicamente, sin un ordenamiento que garantice la convivencia? De ningún modo. Los miembros del cuerpo se mueven en un sistema de “equilibrio de poderes”. Los dones llamativos que aparecen en 12, 8-10 aparecen articulados junto con los que representan autoridad y jerarquía: apóstoles, profetas y maestros. Así como los dones de asistencia y gobierno. (12, 28). Pablo concibe el cuerpo de Cristo como un organismo capaz de organizarse a sí mismo gracias a la acción del Espíritu para lograr su propia “edificación”. No es extraño que en el siguiente capítulo de esta carta proponga el himno del amor como programa de vida.