Nuestra “hortografía”
Hace poco preguntaba a algunos jóvenes cuáles libros leían. Me quedé pasmado con las respuestas. Cada cual se ufanaba de leer menos que el otro, como si hacerlo fuera ofensivo. “Sólo leemos cuando en el colegio nos obligan”, me decían sonriendo. “Leer es para idiotas”, escuché. ¡Triste del presente y futuro de la sociedad donde los jóvenes no leen!
Naturalmente, el que no lee escribe mal, una cosa va de la mano de la otra. Cuando era juez de los tribunales de la República, por más imparcial y objetivo que pretendía ser, cuando un abogado enviaba un escrito con faltas ortográficas, inconscientemente, ya el leguleyo tenía algunos puntos en contra.
Me encanta esta reflexión, desconozco su autor: “La mala ortografía es un enemigo silencioso; la gente te lee, observa el error, no piensa bien de ti, pero no te dice nada”. Razono de igual manera, siempre con el riesgo que implica juzgar, como expresé. Y por ello me duele en el alma cometer esos yerros, como la vez que escribí en un artículo “reberso” por “reverso”. No pude dormir.
Lo triste es que la buena ortografía está en desuso, como si molestara asumirla; podría incluso afirmarse que en ciertos círculos está desacreditada, en especial en las redes sociales, donde aparecen palabras irreconocibles por nuestro diccionario. Es un nuevo idioma.
Otro aspecto lamentable es que en no pocas ocasiones escucho gente de diversas edades manifestar hasta con orgullo: “¿Qué se gana con escribir correctamente? ¡Eso a nadie le importa!”. Respondo que una buena ortografía refleja en la persona pensamientos claros y organizados, respeto a los demás y a sí mismo, donde, además, debe enfocarse en que lo expresado sea coherente y de fácil entendimiento.
Hoy, como nunca antes en la historia, todos tenemos acceso a la adecuada ortografía, basta con abrir nuestros celulares o computadoras y ya, muy fácil; pero hoy, por igual, nunca la ortografía había estado tan maltratada, con el agravante de que lo hacen quienes tienene oportunidad de aprender a escribir apropiadamente.
Para colmo, el que escribe pésimo también habla así. Ambos aspectos están relacionados.
Esto se soluciona con una simple palabra: ¡leyendo! Pero ahora nadie lee, salvo que sea obligado en la escuela o la universidad. Por ejemplo, pregunten a un grupo de jóvenes o adultos si han leído a Pedro Mir, Salomé Ureña de Henríquez, Manuel del Cabral o los clásicos de la literatura universal o al menos un periódico del día.
El interés por la lectura y la cultura cedió el paso a la atracción por lo banal y comercial. Leamos, para que al escribir respetemos a Cervantes y se facilite lograr nuestras metas en la vida.