Miguel Marte

En aquellos días, habló Moisés al pueblo, diciendo: “Teme al Señor, tu Dios, guardando todos sus mandatos y preceptos que te manda, tú, tus hijos y tus nietos, mientras viváis; así prolongarás tu vida. Escúchalo, Israel, y ponlo por obra, para que te vaya bien y crezcas en número. Ya te dijo el Señor, Dios de tus padres: “Es una tierra que mana leche y miel.” Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria.” (Deuteronomio 6, 2-6)

Este texto nos trae la confesión de fe fundamental de Israel y su principal mandamiento: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. La fe comienza por la escucha. No se trata solo de oír, sino de obedecer a la voz que se escucha. El verbo escuchar de nuestra lengua se deriva del latín, que tiene esa connotación: ob-audire. Escuchar sin obedecer no pasa de ser un ruido que estorba el silencio. Es tan importante esta formulación de la fe israelita que hasta el día de hoy los judíos hacen oración con ella tanto por la mañana como por la tarde. También acompaña la oración en el lecho de muerte o cuando se es condenado a ella. Se dice que cuando los judíos eran llevados al holocausto, entraban a las cámaras de gas o a los hornos crematorios con esa oración en la boca.

La confesión va dirigida al Dios uno y único. A él le consagra Israel todo su ser: corazón, alma, fuerza. Y lo hace con una lealtad absoluta, sin medias tintas y sin vacilación. Estamos en las raíces del monoteísmo bíblico. Ya en Dt 4, 35 se decía al pueblo: “A ti te he dado ver todo esto para que sepas que Yahvé es Dios y que no hay otro fuera de Él”. Será una confesión de fe que el profeta Elías estará dispuesto a defender a costa de su propia sangre. Y el profeta Oseas hablará del derecho de Yahvé a ser considerado Dios único, derecho ganado por haberlos sacado de Egipto y conducirlos a la tierra prometida.

Pero ¿cómo llega Israel a confesar que solo hay un único Dios? Todo comenzó con lo que podemos llamar un monoteísmo práctico: cada clan adoraba al “dios del padre”. Era el dios familiar o del clan que iba con ellos en sus andanzas cotidianas. Luego se daría un “monoteísmo monolátrico”, hay distintos dioses, cada pueblo tiene el suyo (los cananeos sus baales, los egipcios los suyos), el nuestro es Yahvé, “el que nos ha sacado de Egipto”, con el tiempo esa fe se iría consolidando hasta confesar que sólo Yahvé es Dios de Israel, ninguno más. Finalmente, en tiempos de los profetas Jeremías y el Segundo Isaías, se llegará a un “monoteísmo absoluto”: no hay más que un solo Dios, que lo es de todos los pueblos, de la historia y del universo, es el Dios creador y liberador… y no hay ninguno más.

La singularidad del monoteísmo israelita la podemos describir con algunos rasgos. Es ante todo un monoteísmo con rasgos personales: “Yo soy Yahvé, tu Dios…”. Dios no es algo, una energía, por ejemplo, sino alguien. Es un ser personal que se deja ver y hablar por los seres humanos. Dios es un Tú con el que el hombre puede dialogar confiadamente. Es, además, un monoteísmo con rasgo histórico-salvífico. Israel siempre tuvo presente que fue Yahvé quien hizo de Dios salvador con ellos, sacándolos de la esclavitud de Egipto, acompañándolos por el desierto y adentrándolos en la tierra. Es la memoria que no debe desaparecer. Por eso Israel está llamado a ser el pueblo de la memoria.

Esto hay que entenderlo en clave de alianza. Dios escoge al pueblo y este debe responder con la escucha obediente. Como bien ha dicho un experto en la materia: “Es el pueblo que ‘escucha’ el libro de la alianza y lo pone en práctica” (J.L. Ska). Escuchar la palabra de su Dios y guardarla es su programa de vida. Es la respuesta que ha de dar el pueblo desde la libertad y el amor. Es una respuesta que refleja su relación de fe, amor y culto exclusivo a Yahvé, el único que debe ser escuchado y obedecido con todas las dimensiones de la existencia. De manera, que un primer elemento identitario del pueblo judío es escuchar y obedecer la voz de Dios. Eso hará de la nación israelita un pueblo sabio.