De excelencias, eminencias y diáconos 

Recientemente el Papa Francisco convocó a un nuevo consistorio o reunión de los Cardenales de la Iglesia, para hablar algunos asuntos y presentar a los nuevos que ha creado. A los elegidos para formar parte del Colegio Cardenalicio como se le llama, le envió una carta donde al final le dice que reza para que el título de diácono opaque el de “eminencia”.

Esto trajo a mi memoria un cierto episodio de mi vida, el cual viví hace varios años, un día de Corpus Christi. En ese entonces, un servidor fungía como Canciller de la Arquidiócesis. Mons. Ramón de La Rosa era el Arzobispo, y por un compromiso que tenía fuera del país, no podía estar en la celebración, y le pidió al Nuncio de esa época Mons. Wesolowski, que presidiera esta magna celebración. 

Antes de salir Mons. De la Rosa me encomendó que luego de la celebración, junto a otros sacerdotes, y Mons. Agripino Núñez Collado, llevara al Nuncio a almorzar a la Casa Sacerdotal en Matanzas, donde viven los sacerdotes de la Arquidiócesis que ya están retirados. 

Al llegar al lugar, un servidor y Mons. Agripino acompañamos al nuncio en una mesa y comenzamos a hablar animadamente sobre la situación del vecino país de Haití, que en esos días había pasado por la tragedia del terremoto del 2012; pero yo, ¡tal vez de “sabroso!, le he dicho al Nuncio: “Oiga Eminencia…”, ¡y para qué fue eso!, aquel hombre, medio se envalentonó delante de mí y me recriminó diciendo que no sabía por qué siempre le decían  “Eminencia”, cuando su título es el de “Excelencia”.

A mí, que para ciertas respuestas, en ciertos momentos, no hay que esperarme mucho, le dije: “Pues a mí esos títulos de Eminencia o Excelencia me dan igual”. 

Mons. Agripino, un tanto sorprendido por la respuesta, y como buen y fino mediador que era, dijo: “Nooo, padre Arias, lo que el señor nuncio quiere decir es que…”, y trató de explicar la idea del Nuncio…, y cambió el rumbo de la conversación, y yo me alejé del lugar, incluso, después del almuerzo salí, sin despedirme de aquella ilustre “Excelencia”, que en ese momento yo debía de atender.

Por eso me alegró mucho lo del Papa Francisco en decirles a los neos cardenales, que se preocupen más por el título de “Diácono”, que significa: “Servidor”, más que el de “Eminencia”, y yo le agregaría el de “Excelencia”, que tienen más connotación mundana y encierran más categorías de poder que de servicio. 

El mismo Jesucristo le recomendó a sus discípulos en su momento que se alejaran de los títulos que pudiesen darles (Mat 23,8-10), pues en su tiempo a los fariseos de ciertas facciones les encantaba que tal titulaje se le diese; pues si los discípulos querían ser verdaderamente importantes, que eso se diese por mediación a la actitud humilde y de servicio a la comunidad y a sus hermanos.

En la Iglesia no hay cargos sino cargas, decía  alguien, yo diría: lo que hay son responsabilidades en base al ministerio o al servicio al cual se ha sido llamado, pues incluso ninguno debe ser buscado, sino sólo responder, si se presenta ante el llamado del Señor y la Iglesia, y si se busca debe ser el más humilde y sencillo, no con la mentalidad de que vean mi humildad y sencillez, pues hasta en lo espiritual puede presentarse cierta soberbia. El asunto acá es de solo estar dispuesto para el Señor y el servicio a los hermanos, en donde sea y cómo sea, mientras más al último mejor, sin títulos, pues el mismo Jesús al llamarnos nos llama por nuestros nombres, entonces: ¿Por qué mis hermanos tienen que llamarme de otra forma?