Así dice el Señor: “Guarda el día del sábado, santificándolo, como el Señor, tu Dios, te ha mandado. Durante seis días puedes trabajar y hacer tus tareas; pero el día séptimo es día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios. No haréis trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu buey, ni tu asno, ni tu ganado, ni el forastero que resida en tus ciudades, para que descansen como tú el esclavo y la esclava. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto, y que te sacó de allí el Señor, tu Dios, con mano fuerte y con brazo extendido. Por eso te manda el Señor tu Dios, guardar el día del sábado.” (Dt 5, 12-15)

Vida contemplativa. Así titula Byung-Chul Han, filósofo surcoreano radicado en Alemania, uno de sus libros. En él reivindica el tiempo de descanso como tiempo en el que se vive auténticamente la libertad. Critica el hecho de que la existencia humana en su conjunto esté siendo absorbida por la actividad. Mientras que la inactividad, el descanso, es definido por negación, quitándole su propia esencia. Para él urge recuperar el tiempo de inactividad porque esta tiene su propia lógica. “La inactividad -dice- no es una forma de debilidad, ni una falta, sino una forma de intensidad que, sin embargo, no es percibida ni reconocida en nuestra sociedad de la actividad y el rendimiento”. Vista desde su vertiente positiva, “la inactividad es una forma de esplendor de la existencia humana”.

Para el libro del Deuteronomio, según el texto que hoy comentamos, el descanso tiene un carácter divino: “Durante seis días puedes trabajar y hacer tus tareas; pero el día séptimo es día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios”. En Ex 20, 11 la fundamentación teológica del descanso aparece con mayor fuerza. Allí el descanso sabático aparece vinculado con el descanso divino el séptimo día, después de la creación: “Pues en seis días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contiene, y el séptimo descansó; por eso bendijo el Señor el día sábado y lo santificó”.

 En nuestro texto de hoy el mandato de no hacer ningún trabajo el séptimo día es promover el descanso propio y el de aquellos que están a nuestro servicio. Y no falta la memoria de lo vivido en el pasado: “Recuerda que fuiste esclavo en Egipto, y que te sacó de allí el Señor, tu Dios, con mano fuerte y con brazo extendido”. Mandato para no esclavizarse a sí mismos, tal como se lo habían hecho otros en el pasado.

Conviene aquí recordar el sentido profundo del “descanso sabático” en el mundo bíblico. Sabbat -así llaman los judíos a este descanso- significa propiamente cortar, parar, cesar de lo que se había hecho hasta entonces. No es que Dios descanse porque esté cansado, es que Dios cesa su labor para contemplar la obra de sus manos.

 En el libro del Génesis se nos dice que vio Dios lo que había hecho y vio que era bueno. El Sabbat es un detenerse para ver, para contemplar lo hecho por Dios y por nosotros. No es un día vacío, sino un día lleno de cosas diferentes a las que llenan los otros seis días de la semana. Se puede considerar un “día de higiene espiritual”. Interrumpir el trabajo cotidiano para realizar una “limpieza espiritual” nos ayuda a entender que no todo depende de lo que yo haga. Nos arranca de la falsa idea de que todo depende de nosotros. Es la forma de recordarse uno a uno mismo que la vida no depende de uno. La vida sigue, aunque yo no haga nada. En cierta manera es reconocer que Dios existe, pero no soy yo.

En su libro, Byung-Chul Han critica cómo el capitalismo ha venido a destruir el sabbat: “En el sabbat toda actividad debe reposar. No está permitido proseguir con ningún negocio. La inactividad y la suspensión de la economía son esenciales para la fiesta del sabbat. El capitalismo, por el contrario, transforma incluso la fiesta en mercancía. La fiesta se transforma en eventos y espectáculos. Carecen del reposo contemplativo”. Cabría preguntarnos: ¿Qué hemos hecho los cristianos con el domingo? Impresiona cómo todo lo que no hacemos los otros días lo dejamos para el domingo. El domingo es un hueco que hemos hecho para llenarlo de oficios, olvidando que es un tiempo para lo más esencial: Dios, la familia, yo.

Termino con un consejo del autor ya citado: “Hemos olvidado que la inactividad, que no produce nada, constituye una forma intensa y esplendorosa de la vida. A la obligación de trabajar y rendir se le debe contraponer una política de la inactividad que sea capaz de producir un tiempo verdaderamente libre”. Un tiempo para descubrir y gustar el misterio de la vida.