Derribar y pulverizar nuestros viejos ídolo

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Cuando somos niños, adolescentes o jóvenes, tendemos a idolatrar personas por lo que ellos van significando en nuestras vidas, y el acompañamiento o seguimiento que nos van dando lo vemos como es normal en estos casos, como personajes que nos rebasan e incluso tratamos de imitarlos y de seguir sus pasos, pues sus palabras son como mandatos de Dios que nos llegan a través de ellos. En este grupo están padres, profesores o gente de relevancia en la sociedad y hasta en la Iglesia.

Pero vamos creciendo y madurando e internalizando todo ese caudal de conocimiento y de experiencia que vamos viviendo, y a la vez recibiendo de esos personajes idolátricos de nuestra vida, pero también vamos reparando sobre ellos, algunos sumamente auténticos, pero otros nos damos cuenta que son ídolos de barro, soberbios, orgullosos e individualistas, hombres solo de sus ideas como buenas y valiosas, que más que auparnos nos instrumentalizaron para sus finalidades, las cuales seguíamos ciegamente y era tal la ceguera que no vislumbramos otra cosa. Esta experiencia de comprobación es dura y frustrante, algunos caen hasta en neurosis y depresiones que condicionan sus vidas al saberse utilizados, seres divinos que vimos, pero en sí un feo y grotesco ídolo.

Si bien es cierto que nadie debe idolatrar a nadie, pero la psicología del ser humano dice lo contrario, pues siempre necesitamos referentes para iluminar y proyectar nuestras vidas, ejemplos a seguir, que estimulen nuestro paso por ella. El que enseña o predica, decimos que debe hacerlo con el ejemplo, pero también con alma limpia diríamos, no buscando aprovecharse del otro para sus finalidades, sino para ayudar y enrumbar esa vida por caminos de bien y de provecho para la sociedad y el mundo, ¡Dichoso quien pueda ser fuente de inspiración para alguno! Pero lamentablemente en muchos casos solo hay aprovechamiento de los seguidores en aras de pretensiones individuales.

Y así estos personajes inspiradores, al uno constatar su realidad  de ídolos no más, falsos ídolos aprovechadores de nuestra buena fe, se constituyen en fuente de frustración y de rabia, en algunos casos muchas veces impiden avanzar y hay que hacer una rebelión fuerte para deshacerse de ellos, hay que buscar la mandarria de la decisión vital y derribarlos de donde están y luego proceder a pulverizarlos, para que se tornen cenizas que se las lleve el viento y así sacarlos de nuestra existencia. Es todo un proceso que se hace con dolor, pues sentimos lastimosamente que nos han utilizado, abusado de nuestra ingenuidad, burlados por nuestra propia  inteligencia.

Pero hay que seguir, la vida no se detiene, la experiencia vale y ayuda, el hecho es que no hay que depositar fe en ídolos humanos, no hay que idolatrar a nada, ni a nadie. Hay que hacer nuestro propio camino, los otros ayudan pero no debemos darle tanta prioridad e importancia, pues al final del camino la experiencia puede ser desastrosa. 

Padres, profesores, gente de relevancia, como señalamos al principio, son aves de paso, no tenemos por qué acomodarnos en sus nidos, solo pasar y que ellos pasen y nada más, toda idolatría siempre es perjudicial y sus consecuencias nunca son buenas. Que el buen Dios nos dé la fuerza para realizar la obra a la que estamos llamados ante nuestros ídolos: pulverizarlos y hacerlos desaparecer por siempre.