“En la vida sólo hay que tener fe” 

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Cropped shot of a man holding a rosary and praying

La oración nunca pasa de moda, está presente en la vida de las personas y Comunidades a lo largo de la historia. Sea de petición, acción de gracias, intercesión, alabanza o adoración, significa la fuerza que impulsa el diario caminar. La Carta Pastoral de la Conferencia del Episcopado Dominicano del día de Nuestra Señora de la Altagracia de este año se titula “La Oración: Señor enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos (Lc 11,1)”. Nuestros Pastores han querido resaltar la importancia de la oración recordando los hitos de la historia de la salvación que nos han dejado esta herencia preciosa de diálogo con el Dios de la vida. Me detengo en algunas expresiones significativas: “sólo en la oración se reavivará la llama de la fe y el don de la esperanza”. Aunque no nos demos cuenta de si rezamos u oramos, siempre nace en nosotros el deseo de acercarnos al Creador, “oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua” (Sal 62, 2). De este modo escriben nuestros Pastores: “cuando el hombre y la mujer del mundo bíblico oran, lo hacen como miembros del pueblo escogido, con sentido de pertenencia, y no como individuos aislados. La oración está unida al deseo profundo de la intervención de Dios en la historia. Los pies del orante reflejan el polvo que Dios recoge en el camino cuando visita a su pueblo”.

Y todo ello forma parte de una espiritualidad que, situándonos en la órbita del Cristianismo, significa seguimiento de Jesús el cual encontrará distintas modalidades o caminos según cada persona, un vivir en el espíritu que nos hace reconocernos libres y hermanos de los que nos rodean. Este sentirse “hermano de los hermanos” implica un rechazo del egoísmo, un acercamiento progresivo a la figura de Jesús, que es quien nos puede liberar de todas las ataduras que nos oprimen. Así, “la espiritualidad es más que la oración. La oración es una parte, una dimensión, de la espiritualidad” . Realmente, este diálogo con Dios da sentido, plenitud, a todas las realizaciones concretas del hombre, de la comunidad. La oración que llevan a cabo no renuncia a la politicidad o a la radicalidad del compromiso, “nos impulsa y alienta en nuestras luchas diarias”. Tampoco supone un distanciamiento del pueblo. La oración es el punto de partida del quehacer cotidiano; es la fuerza que impulsa la actuación de un modo determinado. Según Pedro Casaldáliga: “nosotros no seremos radicalmente revolucionarios si no somos radicalmente contemplativos” . 

En muchas ocasiones puede darse lo que se llama una oración de secano, es decir, se hace mucha oración pero ésta está separada de la vida, segregada, aislada de la historia. Por eso, la espiritualidad es más que la oración por muy rica que ésta sea. Es importante recalcar que los retiros en la soledad, la experiencia de desierto, el estar a solas con uno mismo, etc., no son ni negados ni minusvalorados; este mero apartamiento sirve de muleta para llevar a Dios toda la realidad sangrante que cada día amanece. En esta misma línea nuestros Pastores afirman que “la oración es una necesidad que radica en el hecho de que la persona es esencialmente religiosa, pues está enraizado en lo más profundo de su ser lo que sabiamente santo Tomás de Aquino llamó “deseo natural de Dios.” Somos religiosos por naturaleza. Por tanto, orar no es una actividad más en nuestra vida; es esencial para vivir. Antes que prácticas, fórmulas o jaculatorias, la oración es una actitud interior, es al corazón y al alma, lo que el oxígeno a la sangre y al cuerpo. Es estar en presencia continua y constante ante Dios, en su santo temor. La oración forma parte del arte de vivir. Para el creyente, vivir sin orar, es no tener vida completa”.