El mundo se está derribando porque la gente ha eliminado dos fundamentos principales de la vida social: Templanza y Trabajo. Nuestro Creador, quien sabe mejor, lo que necesitamos, dijo claramente a los primeros padres en el Paraíso: “Con el sudor de vuestra cara comerán vuestro alimento hasta volver a la tierra, de la cual han sido sacados”. Y Jesús añade en el Evangelio: “Si alguno quiere venir a mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me sigua”. Así, no sólo nuestro Salvador, tiene que sufrir y trabajar, sino también nosotros, sus discípulos, si queremos estar con Él en el cielo. Debemos respetar Su voluntad y respetar los mandamientos de Dios. Debemos someter nuestros cuerpos con todos sus sentidos e impulsos al constante servicio de Dios, luchando y trabajando todos los días y noches, hasta la muerte. (Ver: Gálatas 5, 16-18)
Sin embargo, Templanza y Trabajo no son fáciles. Para no fallar en la lucha incruenta, debemos mantener nuestro cuerpo y naturales inclinaciones de bajos instintos amarrados con la misma fuerza y habilidad, como un jinete sostiene un caballo aun no domado. De otra manera saltará con nosotras al abismo. Para aliviarnos, el Creador envió al Hijo de Dios, quien se encarnó y nos dio testimonio, cómo llevar la carga. Y así, Jesús trabajaba en el taller de San José voluntariamente, con el sudor de su frente, soportaba los sufrimientos y las privaciones de la vida cotidiana hasta la dolorosa muerte en la cruz. No se guardaba en sí, ni complacía en nada, para enseñarnos cómo debemos vivir la vida. Por igual Su Madre Dolorosa y miles de santos, “que han crucificado sus cuerpos con sus pasiones”.
Hoy escuchamos entre bautizados, esta consigna: “Esforcémonos por disfrutar lo más posible nuestra vida en esta tierra y trabajemos lo menos posible”. El dinero, el poder, el descanso, la diversión, los placeres y los honores son hoy un ideal más elevado. El trabajo forzado y la cristiana templanza son universalmente despreciados. Trabajan y se mortifican solo los que no tienen de otra. El gran público no sabe que la vida en Templanza y Trabajo dan recompensa y salvación. Y su desprecio los arrastra al infierno y a la desgracia. El mundo afeminado no quiere aceptar los amargos medios de la templanza cristiana para curar las enfermedades del espíritu. Con la templanza pagamos las penas temporales por pecados cometidos y ella nos capacita para unirnos a Dios.
La templanza cristiana se refleja en el don de la oración, necesario para la salvación, trayendo en la tierra la paz y alegría interior. Por tanto, Templanza y Trabajo en sí, es condición necesaria y fuente especial de riqueza y felicidad personal y social en esta vida y en la eternidad.
Y lo último: a los jóvenes no sólo se debe enseñar constantemente estos dos fundamentos de la vida social, sino también capacitarlos activamente y dar un buen ejemplo en este sentido. Entonces traeremos a la tierra la hermandad de los pueblos, el período más glorioso de la historia del mundo.