La Biblia nos presenta dos relatos de la creación al comienzo del libro del Génesis (1, 1ss y 2,4ª-25), el primero es más detallado y Dios va creando todo en un ciclo de 6 días, ya que al séptimo descansó. En todo ese interín creacional Dios crea explícitamente 9 cosas: el primer día: la luz con su consecuente el día y la noche; el segundo: el firmamento (el cielo); el tercero: la acumulación de aguas (la tierra y el mar) y la vegetación del Planeta; el cuarto: los astros (sol, luna y estrellas); el quinto: los peces y las aves; el sexto: los animales terrestres y el hombre.
Entonces, después de crear al hombre, varón y hembra los creó (1,27), él los bendice y les dice que sean fecundos y crezcan y se multipliquen (1,28). En otras palabras, Dios crea el matrimonio.
En el segundo relato (2,4ª-25) la narración de la creación es más sintética y se centra en el hombre y en la descripción del Jardín del Edén, donde Dios coloca al hombre. Es allí donde Dios entonces, ante la soledad que siente el hombre, crea a la mujer y se la presenta. Se da una aclamación explosiva del varón ante la presencia femenina, y como una especie de voz en off, el narrador señala: “Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a la mujer, y se hacen una sola carne” (Biblia de Jerusalén, Gen 2,25). La escena es como el principio de la ceremonia de un matrimonio: Dios toma a la mujer y como si fuera el padrino desfilando por el pasillo de una Iglesia, le lleva y le entrega la mujer al hombre y éste alegre y sonriente la recibe, y luego esta frase consecratoria del narrador como si fuera el que preside la ceremonia matrimonial.
Será Jesús en el Evangelio de Mateo 19, 4-7 quien retomará esta bendición de Dios para el hombre y la mujer, dándole un matiz indisoluble, porque aunque sea un asunto del hombre y de la mujer, está también en manos de Dios. El que creó esta forma de existir para hombres y mujeres y para prolongar la especie, pero sobre todo para felicidad recíproca de ambos, bajo la acción del amor y la bendición y beneplácito del mismo Dios.
El matrimonio desde la Biblia no es un contrato así sin más, es bendición de Dios, gracia suya, por eso la Iglesia le da ese talante sacramental. Es tan importante que se ubica desde la creación hecha por Dios, como creación del mismo. Orden suya para que hombres y mujeres sean felices en medio de la hermosa y gran creación que él diseñó y realizó.
Si la creación del hombre, varón y hembra, es el culmen de la creación, mayor prestancia tiene el hecho de que ambos se encuentren de forma existencial al final de ella y de cara a prolongar no solo la creación de Dios, sino a hacer patente el motivo por el cual Dios creó, que fue por amor, y al amor llama al punto más alto del acto creador, que es la creación del ser humano.
El amor de Dios hacia su criatura, como todo lo de Dios, no se queda en él, sino que sale de él, y así quiere que se vea y se perfeccione en la unión del varón y de la mujer, que es el matrimonio, de ahí nuestra defensa y petición de respeto para la unión, ya sea sacramental o natural del hombre y la mujer en matrimonio, como principio de uno de los estamentos más importantes de nuestra sociedad que es la familia.