Cuando alguien me pregunta cuáles libros no deben faltar en nuestra “mesita de noche”, sin dudarlo menciono dos: la Biblia y la Constitución. Ambos, no es casual, inician con mayúscula. Me referiré al segundo, alargando así un poco la conmemoración el pasado 6 de noviembre del Día de la Constitución.
Cada vez que puedo, escribo y hablo sobre nuestra Constitución. Es un tema que debemos promover si anhelamos una mejor patria, donde los ciudadanos comprendan en qué consiste su Carta Magna, pues nada ni nadie está por encima de la Constitución.
Entre las ciencias jurídicas el derecho constitucional es el que más me atrae y lo considero el más importante de todos. El abogado que no lo domina es un negligente en su oficio, es un mal profesional. Sería como el sacerdote que no entienda la Biblia.
Pero no nos limitemos a los abogados. El ciudadano que desconozca al menos lo básico de nuestra Ley de Leyes está a merced de que le violen todos sus derechos fundamentales sin darse cuenta, como una prisión ilegal, para citar un caso.
La Constitución también nos presenta herramientas para defendernos cuando nuestra dignidad es irrespetada: define nuestro rol en la sociedad, el alcance de nuestros derechos y de nuestros deberes, la responsabilidad de quienes detentan el poder, la forma de gobernar… Su dimensión es amplísima.
Debemos resaltar que la actual Constitución data del año 2015, aunque es casi similar a la proclamada el año 2010. Junto a la del año 1963, es la más completa y democrática de nuestra historia.
En los foros en los que he participado, muchos estudiosos del constitucionalismo (europeos y latinoamericanos) afirman que nuestra Constitución es de las más modernas del mundo; consagra, por ejemplo, los derechos fundamentales, entre los que están los civiles y políticos, los económicos y sociales, los culturales y deportivos y los colectivos y de medio ambiente; además, allí se asegura el cumplimiento de esos derechos, vinculando a todos los poderes públicos.
Igual crea el Tribunal Constitucional que busca garantizar la supremacía de la Carta Magna y a la vez proteger los derechos fundamentales. Esos son los preceptos que debemos analizar, discutir, para que nuestro pueblo los conozca y los haga cumplir.
No basta con tener una buena Constitución, hay que comprender y valorar su contenido. Es mi esperanza que esta estupenda Constitución asuma vida en nuestro pueblo, que no quede en el papel como adorno, que su divulgación sea un compromiso de gobernantes y gobernados.
Pero, para ello, debemos tener una Constitución en nuestros hogares, que esté en nuestra “mesita de noche” o encabezando la lista de libros en nuestro teléfono o computadora.