Odiar una causa nos impide amar otra. Luchemos por nuestras convicciones y a la vez respetemos a quien piensa distinto y lo hace también con noble y férrea voluntad. Valoremos la tolerancia.
En el campo de las ideas manifestadas de buena fe, las diferencias no determinan la verdad. Evitemos las discusiones estériles. Por ello, cuando en un debate (jurídico, político, deportivo o religioso) las partes se ofenden mutuamente, es muy probable que ambas no tengan razón o carezcan de sólidos argumentos.
Tampoco estemos por ahí juzgando al prójimo como si nosotros fuéramos santos. En el caso de las instituciones públicas o privadas, la condenable conducta de unos pocos no define al conglomerado.
Observemos allí el comportamiento de la mayoría, pues ahí radica su esencia. Los cultivos de manzanas, por mejor cuidado que tengan, siempre darán algunas frutas indeseables.
Cuando éramos jóvenes y nos invadían cuestionamientos sin claras respuestas, en las tertulias discutíamos sobre el origen del bien y del mal y de si debíamos confiar en los demás. Era un tema que sabíamos marcaría nuestra visión con relación a los hijos de Dios y a la importancia del entorno donde se desarrollan.
Recuerdo que fui (y soy) un abanderado de la tesis de Jean-Jacques Rousseau en el sentido de que el hombre es bueno por naturaleza y la sociedad lo corrompe (entiendo que son muchos factores); otros se inclinaban por pensar como Nicolás Maquiavelo y afirmaban que el hombre es malo por naturaleza, a menos que le precisen ser bueno.
También defendía con energía que creía en el ser humano, sin dejar la prudencia de lado. Si alguien –les expresaba a mis amigos– me engañaba o me decepcionaba, era el precio que debía pagar por confiar razonablemente en la gente.
Me encanta relacionarme con el prójimo de manera libre, sin delirios de persecución, viendo en principio a cada uno como hermano o aliado, no como enemigo o distante. Así logramos vivir más en paz y en armonía con nosotros mismos y con lo que nos rodea.
Con nuestras debilidades, los humanos somos buenos por naturaleza y debemos tener fe en nuestra raza. Por ejemplo, he conocido muy de cerca cientos de cristianos, especialmente católicos. Y casi la totalidad están entregados a su causa de corazón, con el bien como norte.
Tengo 35 años ejerciendo la abogacía y un altísimo porcentaje de los profesionales del derecho con los que me comunico actúan con ética. Igual me ocurre con los políticos, artistas y líderes deportivos, culturales y comunitarios.
Por ello, repito, seamos tolerantes y conscientes de nuestras debilidades; tampoco juzguemos al conglomerado en base a las inconductas de unos pocos, porque no es justo, ni real.