En aquellos días, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo: “Pídeme lo que quieras.” Respondió Salomón: “Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?” Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido aquello, y Dios le dijo: “Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti.” (1Reyes 3,5.7-12)
“Pídeme lo que quieras”, le dice Dios a Salomón. ¿Qué le habría pedido yo? ¿Qué le pedirías tú? Salomón pide un corazón dócil. Una traducción más literal sería: un corazón que escuche. No pide lo que pediría cualquier rey joven como es su caso, larga vida y poder; sino que expresa una oración que es modelo de discernimiento y desinterés. Y desde entonces este hombre se ganó la fama de ser el más sabio de toda la tierra. La máxima sabiduría consiste en ser dócil a la voluntad de Dios, tener un corazón que sepa oír su voz. No olvidemos que para la cultura hebrea el corazón es el órgano de la comprensión, en cierta manera también para los egipcios; mientras que los acadios atribuían la sabiduría al oído. En uno y otro caso la sabiduría está relacionada con la escucha. Fijémonos que la respuesta de Dios es: “te doy un corazón sabio e inteligente”. Pero no pasemos por alto lo que dice el narrador: “Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido aquello”. En el fondo lo que realmente agradó a Dios fue la humildad de Salomón, el reconocer que por sí mismo le sería muy difícil gobernar al pueblo de Dios. El gobernante creyente sabe que sin la ayuda de Dios le es difícil desempeñar bien su labor. Saber oír le será de mucha ayuda para su discernimiento y toma de decisiones. Texto clave, por consiguiente, para entender la figura de este soberano israelita. Aunque hay que anotar, también, que muchas veces actuó contrario a lo que pidió.
En adelante será el sabio por excelencia para la tradición judía, bíblica y no bíblica. Según 1Re 4,20 y 5, 1-14 superó a todos los sabios orientales y egipcios; venían de todos los pueblos a escuchar su sabiduría. De él se dirá que gozaba de una sabiduría política desbordante, ya que bajo su mandato la nación gozó de prosperidad y seguridad, sabiendo administrar justicia entre sus súbditos. Esa capacidad de discernimiento es la que precisamente pide en su oración. Pero además Salomón aparece en la Biblia como un rey ilustrado, que cultivó y apoyó las ciencias y las artes de su época. Destaca también como un hombre de gran sabiduría sobre la vida, muchos poemas y proverbios les son atribuidos. No faltan razones para que toda la tradición sapiencial israelita se relacione con él.
Pero hay algo más que el texto no lo dice (salta del verso 5 al 7). A Salomón se le concede lo que se le había prohibido a Adán y a Eva: discernir entre el bien y el mal. Lo pide, “no lo roba” como hicieron aquellos dos. Así, el rey de Israel queda situado por encima de todo ser humano. Su humildad le alcanza sabiduría, y esta lo eleva por encima de todos los demás mortales. Es la única persona a la que Dios le ha concedido lo que le negó a la primera pareja humana. Aparece como un nuevo ser humano, colocado casi a los niveles del mismo Dios.
En este sentido, la sabiduría que se concede a Salomón participa de la sabiduría divina. Así el rey aparece como un mediador privilegiado. Dios gobierna a través de él, por eso necesita su sabiduría, el discernimiento divino.