En agosto pasado, siendo un gran paso de avance, el Ministerio de Trabajo reguló el trabajo doméstico basándose en el convenio número 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Somos signatarios de la OIT. Sus convenios jurídicamente nos son vinculantes.
Recientemente el Tribunal Constitucional (TC) anuló dicha resolución, declarándola “no conforme a la Constitución”. No soy quién para juzgar las decisiones del TC; a sus magistrados los respeto y admiro demasiado. Eso sí, perdonen la osadía: pienso que lo decidieron para que esas justas conquistas queden plasmadas en nuestro Código de Trabajo y así evitar confusiones legales.
Nuestro Código de Trabajo trata a los trabajadores domésticos como “especiales”, pero para mal, pues tienen menos derechos que los demás, violando el artículo 39 de nuestra Constitución relativo al derecho a la igualdad. Hoy intentaré descifrar el aspecto humano del trabajador doméstico, resaltando que no todos tenemos el privilegio de contar con su ayuda.
La mayoría son mujeres, pues se adaptan más rápido a nuestros hogares que los hombres, sobre todo si hay niños. Muchas nos inspiran confianza y a los pocos días ya comparten con nuestra familia, de la que en cierta manera forman parte. Conocen nuestros problemas cotidianos, en ocasiones mejor que nuestros amigos. Les dicen “las señoras del servicio” y con razón: son servidoras.
Sin ellas seríamos esclavos en nuestras moradas que requieren día a día atención y cuidado. Y gastaríamos nuestros chelitos en restaurantes y, en caso contrario, prepararíamos la misma comida en nuestras cocinas, tragándonos cada bocado, porque nuestras responsabilidades en la calle no resisten espera.
Sin ellas nuestras moradas estarían sucias y desorganizadas. Tampoco podríamos asistir a nuestras actividades, porque no tendríamos con quién dejar a los chicos. Sin su apoyo, se nos complicaría ser puntuales al llevar a nuestros hijos al colegio. Siempre están ahí, sin horario definido, dispuestas a ocuparse de mil tareas para nuestra comodidad.
Son vitales en la sociedad. Nos permiten el espacio para desarrollarnos como personas, ser entes útiles y generar recursos. En esencia, se sacrifican por nosotros y lo triste es que muchos no nos damos cuenta y somos más solidarios con los extraños que con quienes nos asisten en cada momento.
Hay personas que se ufanan de ser altruistas, colaborando en telemaratones en favor de los pobres y lo destacan en la prensa, pero son incapaces de preocuparse por su “muchacha de la limpieza” que tiene necesidades básicas sin cubrir, que con poca voluntad se resuelven. Ni la saludan.
Si usted tiene un trabajador doméstico y lo trata con desprecio, nunca querrá que mejoren sus condiciones laborales. Hagamos justicia con este imprescindible sector y también respetemos su dignidad.