Mons. Jain Méndez
Encargado de Negocios a.i
Apreciados Señores Obispos,
Distinguidas Damas,
Honorables familiares,
Amados Hermanos todos en el Señor..!
Hoy nos encontramos reunidos en este lugar sagrado (Capilla) para hacer realidad un acontecimiento único y magnífico en el que por la gracia de Dios serán honradas con la Condecoración de la Cruz Pro Ecclesia et Pontifice estas distinguidas damas que se han destacado de manera ejemplar, cada una desde diferentes ámbitos.
Esta insigne condecoración fue instituida por León XIII el 17 de julio del 1888, en la celebración de sus cincuenta años de ordenación sacerdotal. Se otorga como premio a la fidelidad a la Iglesia y al servicio distinguido a la comunidad eclesial por parte de clérigos y laicos.
En este acontecimiento histórico, tengo la dicha y el honor de estar ante Ustedes, representando al Santo Padre y a la Santa Sede, en calidad de Encargado de Negocios, a.i. de la Nunciatura Apostólica en la República Dominicana.
Hoy, aprovechando este privilegio, que conferido a mi persona, me permite Condecorar a estas honorables Señoras que se han distinguido en una entrega sincera, sin intereses ocultos, ni pretendiendo recompensa.
Quizás se preguntarán ¿Por qué sólo estamos condecorando mujeres? Podemos decir, que el plan de Dios así lo quiso como respuesta a un artículo que publicó un diario el 8 de marzo del 2023, en ocasión del día internacional de la mujer, donde se decía que “el Vaticano aunque ha nombrado mujeres en puestos de dirigentes, todavía persiste la resistencia de la jerarquía católica exclusivamente masculina”, pues lo que estamos celebrando hoy demuestra todo lo contrario; la Iglesia reconoce y valora el compromiso íntegro de la mujer en la Iglesia y su capacidad de entrega a la iglesia desde sus orígenes, sin esta presencia femenina la barca de Pedro no hubiese podido subsistir.
Esta Condecoración estaba pautada en el contexto de la Celebración del Centenario de Nuestra Señora de La Altagracia, ya que en esa ocasión, con la bendición de la Madre de La Altagracia, quedé al frente de la Nunciatura Apostólica como Encargado de Negocios, a.i., destaco que la colaboración de algunas de estas distinguidas damas (en particular Doña María del Pilar, Doña Sonia y Doña Lydia) en la preparación para recibir la Delegación enviada por el Santo Padre fue admirable e indescriptible. El apoyo brindado lo considero como un acto de bondad que me tocó como persona y como Representante de la Santa Sede en aquel momento.
En esa oportunidad, solicité a la Santa Sede las Condecoraciones como un acto de gratitud, quienes sin reparo me enviaron las primeras tres.
Al escuchar esto, quizás algunos de los presentes podría pensar: por la amistad que tengo con Monseñor Méndez o con la Nunciatura ¿podría tener una Condecoración? Si piensan así, les digo que no es un pensamiento de una hija/hijo de la Iglesia, porque esta Condecoración es un reconocimiento a quien lo merece. La Cruz Pro Ecclesia et Pontifice: es una Condecoración papal, que es conferida a quienes hayan demostrado un excepcional servicio a la Iglesia y a la sociedad,
Este es un privilegio, el cual no se puede ganar por amistad o empatía y mucho menos solicitarse por sentirse merecedor del mismo, ya que es expresión de una vida intachable dentro de la iglesia y en la sociedad, de lo contrario sería un reconocimiento vacío, sería como bronce que resuena o campana que retiñe y nada más.
Queridas Condecoradas, el verdadero sentido que la Iglesia da a estas Onorificencia es el que Jesús nos indicó en Mateo 6,2-4 donde Jesús dice “Por eso, cuando des limosna, no toques la trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres. En verdad les digo que ya han recibido su recompensa. Pero tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna sea en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” Mateo 6:2-4
Con esta explicación, entro en el acto propio de la Condecoración, deseándoles de corazón que este acto no sea uno más en la vida de cada una de ustedes, sino que sea una motivación para vivir evangélicamente una vida como los discípulos de Cristo, que no buscaron reconocimiento de los hombres, sino de su Padre que está en los cielos.