Mi madre, Elsa Brito de Domínguez, fue educadora durante más de 50 años. En la ciudad de Santiago, conocí a varios de sus compañeros de trabajo en el Liceo Ulises Francisco Espaillat, algunos colegios y la PUCMM. Para ellos el magisterio era sagrado y aunque amanecieran con fiebre en 40 grados, no dejaban de impartir docencia.
Por tal razón les llamaban “maestros” en vez de “profesores”. Los resultados en muchos de los estudiantes están ahí: profesionales y técnicos destacados, emprendedores y con alto sentido de la responsabilidad. Se nutrieron con el pan de la enseñanza.
En consecuencia, me resulta incomprensible que los profesores no asistan a las aulas con la excusa de participar en asambleas (o huelgas). El enorme costo que representa es importante, aunque no tanto como el perjuicio que sufren los estudiantes y el mal ejemplo que reciben por la conducta de sus guías en el plantel. Inspirado por este hecho, me imagino ser estudiante escribiéndole a su profesor.
“Distinguido profesor: hoy debería estar en clases aprendiendo, para ser útil; pero estoy en mi casa, solo, sin hacer nada. Usted está en un encuentro gremial, el cual no juzgo. De lo que estoy seguro es que durante este año he perdido varias clases, perjudicando mi preparación en el presente y en el futuro.
Mi amiguito Juan y yo estamos en el mismo curso, pero él estudia en un colegio de monjitas, siempre tiene tareas y actividades educativas de todo tipo. Todos los días, sus profesores llegan puntuales al salón.
Haciendo cálculos con la ayuda de mi papá, Juan en este año ha tenido mucho más horas-clases que yo. Sabe más matemáticas, lenguaje, sociales e inglés que yo, aunque, aquí entre nosotros, soy mejor que Juan en naturales. Si esto sigue así, en Juan estará más preparado que yo para enfrentar la vida.
Mi papá y mi mamá dicen que quieren inscribirme en un colegio privado, pero que no tienen dinero. Mi mamá y mi papá se preocupan por mí, me aman. Ellos se ponen bravísimos cuando no tengo clases y hasta hablan mal de los profesores, a quienes se les paga bien y cuentan con múltiples beneficios, lo que es positivo.
Quisiera pedirle, por favor, que si usted protesta o lo convocan, que no sea yo el lesionado, que he escuchado de usted que sin educación no hay desarrollo y, para colmo, nuestro país no avanza en materia educativa, aun con la millonaria inversión al respecto. Quiero ir a clases, reúnanse en días no laborables, se lo ruego, no quiero crecer en la ignorancia, que así no seré ni medianamente productivo para mi familia y para mi país. Gracias”.