El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra: “Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al designio previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio… Pues bien, Dios resucitó a este Jesús, y todos nosotros somos testigos. Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo”. (Hechos de los apóstoles 2, 22-33)
Ahí está Pedro, el líder del grupo. Pero no está solo; los otros once aparecen a su lado. Él es el portavoz, quien comunica la experiencia de Jesucristo que cada uno ha tenido de manera personal a aquella multitud que se agolpa junto a la casa, en ellos está representado todo Israel. Es el día de Pentecostés. Se trata de un discurso evangelizador. ¿Qué es evangelizar sino comunicar a otros la experiencia de Dios (o lo que Dios ha hecho por medio de Jesucristo) que se ha tenido? La gente no sabe qué ha sucedido. Por eso el contenido de su predicación recoge los elementos fundamentales de la fe cristiana: el significado de Jesús para el pueblo de Israel y para el mundo.
Lo primero, la identidad de Jesús, recogida en algunas claves de su ministerio: aquello de lo que todos han sido testigos, sus “milagros, prodigios y signos”; además de su procedencia, Nazaret. Queda enmarcado, así, en un contexto histórico preciso y caracterizado por su labor ministerial. Toda pretensión de una posible lectura mitológica de Jesús de Nazaret queda eliminada. Además, deja claro que ese personaje histórico ha sido acreditado por Dios. Su vida y ministerio forma parte del plan de Dios. ¿Lo mismo pasa con mi vida y ministerio?, me pregunto.
Luego lo central, “la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado”. Así lo reseña el papa Francisco en la Evangelii Gaudium. Es el “kerygma”. “Resumen sintético y esencial del contenido de la fe cristiana que anunciaban las primeras comunidades a todos aquellos que aún no conocían el mensaje de Jesús”.
Noto que aparecen los protagonistas de los acontecimientos: la voluntad de matar de los judíos, la ejecución llevada a cabo por los romanos y la resurrección obrada por Dios. Siento que el texto se empeña en dejar claro que el actor principal en todo esto es Dios: Él rompe las ataduras de la muerte, lo resucita y lo exalta a su derecha. Su ministerio no ha quedado disuelto con su muerte. Del Padre también recibe el Hijo el Espíritu Santo, quien lo derrama, a su vez, sobre la humanidad. Todo obedece al plan de Dios; en lo acontecido con Jesús se cumplen las promesas del Antiguo Testamento.
Siento que esto queda corroborado con la introducción del Hijo en el ámbito de la existencia divina. Dos imágenes recogen esta idea: es exaltado a la diestra de Dios, a la vez que Dios es definido como Padre. ¿Se nos querrá decir que a partir de ese momento es que Jesús queda constituido Hijo de Dios, Señor y Mesías? Con la resurrección por parte de Dios, Jesús queda así rehabilitado, exaltado, introducido en el ámbito de lo divino. Con razón dirá Pablo que ya no muere más. ¿Adopcionismo? No, confirmación de lo que siempre ha sido Jesús: Hijo de Dios.
Me recuerda este relato aquel día en que Jesús inicia su ministerio. Ungido por el Espíritu Santo el día de su bautismo, poco después va a la sinagoga y pronuncia su discurso inaugural (Lc 4, 16-30). Aquel discurso recogía el programa que desarrollaría a lo largo de su vida pública. También aquí, en el discurso de Pedro, podemos encontrar las líneas maestras de la predicación de la Iglesia primitiva. ¿Pretende el autor de Hechos (¿el evangelista Lucas?) poner en labios de Pedro, el líder de la comunidad, el programa evangelizador que deberá seguir el cristianismo naciente el mismo día en que todos reciben la efusión del Espíritu Santo?
Vuelvo al inicio del texto. No extraña que Pedro comience su discurso diciendo “escuchadme israelitas”. Israel, desde los albores de su historia siempre ha sido invitado a escuchar la voz de Dios y su voluntad. También yo me siento interpelado a lo mismo.