En aquellos días, el Señor dijo a Abrán: –Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan, y en ti serán benditas todas las familias de la tierra. Abrán marchó, como le había dicho el Señor. (Génesis 12, 1-4)

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Estas cuatro líneas se beben mi mirada como la escena de una película. ¡Qué hombre este Abrán! Me detengo en ese nombre. No me sorprende que aparezca escrito como está porque sé que luego le será cambiado por Abraham para que el mismo coincida con su misión: ser padre de multitudes. Un simple beduino a la edad de 75 años dado a la aventura. Lo pienso y no puedo dejar de estremecerme. ¡Cómo es posible que un anciano acepte desinstalarse, cambiando de vida, dejando tierra, patria y casa para emprender un viaje tan incierto! ¡Cuánta fe la de este viejo aventurero!

Esta historia de Abraham me hace pensar en los millones de emigrantes que abandonando el lugar que les es familiar se lanzan, en caravana, a la conquista de sus sueños, los cuales a veces terminan en aterradoras pesadillas. Como Abraham van de acampada en acampada. A ellos se le puede aplicar muy bien lo que dice el protagonista de una novela del libanés Amin Maalouf: “Soy hijo del camino, caravana es mi patria”.  Hoy quiero rezar por ellos. Personalmente no conozco a ninguno, pero constantemente uno que otro estudiante de donde trabajo me comenta que algún hermano, primo o sobrino ha decidido atravesar fronteras en busca de un futuro mejor. Para todos ellos, el futuro parece encontrarse en otra tierra. Su travesía no es un viaje turístico, sino la forzosa salida de su tierra, su patria y su casa. Como Abrahán. Hoy, en mi humilde oración, los encomiendo al Dios que peregrina con su pueblo.

Además de esas salidas forzosas (las del hambre, la violencia, la miseria), hay otra realidad que reclama estar siempre en camino: la condición caminante del hombre. Nuestra existencia itinerante. Eterno buscador de una “tierra nueva” a donde asentarse, el hombre tiene una existencia “nomádica”. Es nuestro interior el que nos impulsa a querer ir siempre más allá. ¿Qué es ese anhelo que el Señor ha puesto en el alma humana que convierte al hombre en eterno buscador de algo más? Abrahán se me revela como el símbolo del ser humano en permanente búsqueda. Yo también me siento así y no paro de buscar, entre titubeos, desencantos e ilusiones. Acepto el riesgo de la fe, confío en que todo irá bien y sigo mi camino sin saber a ciencia cierta cuál será mi último destino. Eso lo dejo en sus manos.

Sigo meditando el texto y me doy cuenta de que el abandono de tierra, patria y casa le resultará ganancioso a Abrahán. ¡Siete cosas le promete el Señor que alcanzará si emprende el viaje!: hacer de él una gran nación, bendecirlo, hacer su nombre famoso, hacerlo bendición para los demás, ser mediador de su juicio divino (bendecir y maldecir) y ser bendición para todas las familias de la tierra. Es un futuro prometedor. ¿Acaso no se dice que la mirada de los ancianos se detiene en el pasado, en los recuerdos, y la de los jóvenes en el futuro, en las promesas? Veo que Abraham viene a desmentir este pensamiento; anciano como es no teme mirar a la cara el futuro y ponerse en camino. Un nuevo horizonte de vida se abre ante sus ojos.

Esta historia de Abraham me invita en este día a aprender a reinventar la vida, afrontar las incertidumbres que su condición futuriza encierra, sortear los riesgos propios que los caminos de futuro conllevan. Es cierto que el futuro me preocupa y el presente no me satisface del todo, pero no puedo escapar de vivir mi itinerancia existencial. Los titubeos en el corazón no desaparecen. ¿Pueden desaparecer de alguien que se sienta realmente vivo? Como cualquier otro ser humano me siento urgido a ir siempre más allá de mí mismo. Intradistancia, recuerdo que llamaba un maestro a esa experiencia y que tanto me ha ayudado en mis reflexiones personales.

Y, por encima de todo, no puede faltar la clave creyente. La búsqueda de “nuevas tierras”, las andanzas que me llevan a un futuro nuevo, no puedo separarlas de mi fe en el Señor. Así como detrás de las decisiones tomadas por Abraham estaba Él como su Dios personal, de igual modo lo siento, cercano y padre misericordioso. ¡Cómo quisiera que, así como se dice en los relatos bíblicos, “el Dios de Abraham”, algún día se dijera “el Dios de Miguel”! ¡Gracias, Señor, por caminar junto a mí!

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