“En aquellos días, el Señor habló a Acaz: “Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.” Respondió Acaz: “No la pido, no quiero tentar al Señor.” Entonces dijo Dios: “Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”.” (Isaías 7, 10-14)

Al meditar este pasaje, la primera inquietud que me surge es sobre la identidad de la “virgen” que está encinta. ¿De quién se trata? Ciertamente no está hablando de la Virgen María, puesto que el texto ha sido escrito más de setecientos años antes de que ella naciera, en tiempos del rey Acaz. ¿De quién se trata, entonces? Busco respuesta en el contexto literario del mismo relato y en la literatura especializada sobre el contexto histórico. No me basta con creer; necesito saber. Me siento enemigo de las espiritualidades que se sostienen en el vacío.

Hecho un vistazo a los primeros capítulos del libro del profeta Isaías y noto que este pasaje forma parte del llamado “libro del Emmanuel”, que comprende los capítulos 6-12. Se llama así porque en esta sesión del libro se hace hincapié en el nacimiento de un niño llamado “Emmanuel”. Digo esto, y en seguida me viene a la mente Jesús, de quién dice el evangelista Mateo será llamado así (Mt 1,23). Pero también caigo en la cuenta de que no se trata propiamente de un nombre, sino de una frase: “Dios con nosotros”. El niño esperado en la profecía de Isaías, lo mismo que el Niño Jesús, es un signo, el signo de que Dios está con nosotros. Pienso esto y me estremezco.

Vuelvo a la pregunta inicial, ¿quién será esa joven que está encinta?, y en seguida se me ocurre otra: “¿quién o de quién es el niño que espera? Todo parece indicar que la “virgen” (caigo en la cuenta de que la traducción correcta debería ser “joven” o “doncella”), es la esposa del rey Acaz, y el niño que espera es el hijo de ambos, Ezequías. ¿De dónde deduzco esto? Descubro que la historia es esta: Cuando Damasco (Siria) y Samaría (Israel, reino del Norte) se aliaron en la llamada guerra siro-efraimita (años 735-733 a. C), el rey Acaz (de Judá, reino del Sur) parece confiar más en el rey asirio (Tiglat-Pileser III) que en Yahvé. El profeta Isaías le insiste en que no tome partido por ningún bando y que confíe en el Señor. Parece que el profeta se había dado cuenta de que Siria e Israel, los dos pueblos que metían presión a Acaz, estaban en notable decadencia. Le pide que mantenga la calma; luego que pida una señal. A lo que el rey se niega (ese es nuestro pasaje de hoy). Viendo el profeta que este persistía en aliarse con Asiria, en vez de confiar en Yahvé, le dice: “Si ustedes no creen, no subsistirán”. Y en seguida le ofrece la señal, le anuncia el nacimiento de un niño (Ezequías), él será garantía de que la dinastía de David perdurará. Se le llamará Emmanuel, “Dios con nosotros”. Es el signo de que Dios no los abandonará.

No estoy conforme y sigo investigando. Una pregunta me inquieta: ¿Por qué el evangelista Mateo, al citar este texto, dice que se trata de una “virgen” (parthenos) y no de una joven o doncella? Observo que la Biblia Hebrea la llama ‘almá, cuya traducción correcta sería “doncella” o “mujer joven en edad de casarse”; por lo que pienso que tal vez el profeta Isaías quiso enfatizar más la virginidad de la mujer que su juventud. Descubro también que cuando se escribió la versión griega de la Biblia Hebrea el autor sagrado prefirió el término parthenos, que ciertamente significa virgen, para referirse a la mujer embarazada. Y deduzco que como la versión griega es la utilizada por los primeros cristianos para escribir los libros del Nuevo Testamento no es de extrañar que Mateo hable de una virgen (parthenos), en vez de una simple joven o doncella.

Pienso en todo esto, y me sorprende que la historia de la salvación sea la misma historia mundana leída desde otra perspectiva, desde la perspectiva de la fe. Pero, sobre todo, pienso en la joven embarazada y la creatura que se gesta en su vientre: algo tan normal como una mujer encinta es signo incuestionable de esperanza. Esto me hace pensar que toda joven embarada es expresión de la vida nueva que está próxima, encarna el Adviento, nos remite a la Navidad. Como María… como Jesús… “Dios con nosotros”.

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