Padre Juan Montalvo Arzeno, S. J. Para subir más alto

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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Este 9 de enero del 2019 se cumplieron cuarenta años de la ida al Padre de Juan Montalvo Arzeno, jesuita mocano, profesor de la PUCMM y maestro de novicios de la Compañía de Jesús. Un cáncer menguó sus fuerzas y le arrebató la vida a los 42 años, pero no han disminuido ni la admiración, ni el res­peto de todos los que tuvimos la dicha de caminar parte de la ruta junto a él.

Por ahí andan dispersos algunos pocos ejemplares de un libro ya agotado que lo retrata cabalmente, “Compadre Padre Juan” (2012). La edición estuvo a cargo de su sobrina, Rosalina Perdomo de Dávalos y contó con el apoyo entusiasta de su tío, el Dr. Luis Emilio Montalvo Arzeno, de parientes, amigos y jesuitas. Se prepara la segunda edición, la cual podrá ser enriquecida con nuevas memorias y anécdotas.

No creo que a Juancho le hubie­ra gustado que nos sentáramos aquí como dolientes en unos nueve días, a recalentar añoranzas, mirando hacia atrás. Se hubiera reído de nosotros y nos hubiera lanzado un: “¡Gente sin oficio!  La memoria de Juancho nos debe de ayudar a subir más alto en la vida con gran ánimo y generosidad, como decía San Ignacio de Loyola. Aquí recojo tres de sus enseñanzas para el futuro.

Juan fue un gran admirador de los hombres y mujeres del campo. En la mejor tradición de los Padres Paco Guzmán, Goyo Lanz y el in­fatigable cooperador Gilberto Jiménez, los tomó en serio. Empe­zaba por escuchar sus vidas, penas y esperanzas. Ojalá que luego de tomarlos en serio, los entendidos elaboren proyectos e inversiones para que los campesinos se enraícen en sus tierras. La respuesta a la absurda vida de Santo Domingo se juega en nuestros llanos y monta­ñas. Como los gobiernos no apuestan por los campesinos, los campe­sinos, abandonados a su suerte,  emigran a la Capital para apostar y jugar sus chelitos en esas tumbas de sembrados, conucos, familias, ríos, forestas y dignidad campesina que llaman “bancas de apuestas”, tan protegidas por los tres poderes del Estado. Cada vez hay menos campesinos, cada vez hay más bancas de apuestas.

Segundo, la memoria de Juan Montalvo, dedicado profesor de la Madre y Maestra, nos debe de mo­tivar a fomentar una formación familiar y universitaria seria. En la firmeza de sus convicciones y en la transparencia de la vida de Juan, encontrábamos a sus padres y ma­yores. Sin árboles no habrá agua, sin familias, no habrá país.

En los diálogos de sus clases, Juan exigía no solo una asimilación personal de lo estudiado, sino una competente aplicación a la realidad. Del otro lado del diploma nunca hay nada escrito. En ese lado solo se escribe con la vida y mu­chos no pueden. Pasaron por la universidad, pero la universidad no pasó por ellos.

Finalmente, vivimos un mo­mento de angustia ante el futuro. Falta confianza. Ya hemos visto en qué quedan nuestras leyes e investigaciones si no hay hombres y mu­jeres justos. Juan dedicaba horas a consolidar pacientemente lo mejor del interior de las personas, esa dimensión espiritual donde nace y crece la confianza. Sócrates moles­taba preguntando si se puede ense­ñar la justicia. Con Juan, hemos de seguir preguntándonos cómo re­construir la lealtad dominicana para que quien cierre un trato estre­chando una mano, sienta que estrecha un corazón.

En enero del 1976, tercer día de camino desde Mata Grande, con más de seis horas a la espalda, alto en La Pelona, sin agua, muerto de sed y cansancio en aquella terrible primera vez, sentía un aire fresco diferente en la cara. Y un compa­ñero jadeando, exclamó: — ese aire ya viene del otro lado. ¡Ahora sí que nadie nos para!–

Padre Juan Montalvo Arzeno, una vida para empezar a sentir en la cara y el corazón el aire de un país diferente.

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