Padres espirituales

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Antes era obligatorio que los seminaristas tuvieran Director es­piritual, comúnmente llamado en­tonces Padre espiritual. El primero que recuerdo en el Seminario San Pío X fue Emilio Lapayese Del Río (que según nota del periódico Hoy, falleció el 20 de agosto del 2004, en Santo Domingo: “Agudo comentarista de televisión y articulista de estilo punzante”); tenía una foto de grupo, de todos los seminaristas, y por ella se guiaba para irnos llamando. Creo que hablé con él una o dos veces, pues duró poco. Luego fue párroco en Altamira y pronto dejaría el ministerio.

Cuando yo fui como presbítero al Equipo Sacerdotal de Imbert, en­contré abandonado en Altamira un libro firmado por este padre y lo sumé a mi biblioteca. Se trata de “Oraciones de los primeros cristianos”, de A. Hamman. Ed. Rialp 1956.

Después serían Directores espi­rituales los neosacerdotes Vinicio Disla y Rafael Felipe. De ambos conservo muy buenos recuerdos, por su invaluable ayuda.

En el Seminario Santo Tomás de Aquino lo fueron los jesuitas Jaime González Vallejo, Fernando de Arango y Julio Roque de Escobar. No recuerdo si llegué a hablar alguna vez con el P. Vallejo, como le decíamos; pienso que se ocupaba más de los de teología; lo recuerdo afable, bien vestido y fumando ­cigarrillo. Como ya dije en otro lugar, luego abandonaría también el ministerio, como lo hizo el anterior, el P. Alberto Roque.

Ya he dicho también que tanto del padre Arango como del padre Escobar conservo muchos recuerdos, por los sabios consejos que me dieron ambos.

No olvido que alguna vez me tocó ir a hablar con el padre Esco­bar y estaba sentado en su mecedora, como sedado; al verlo con los ojos cerrados, yo permanecía callado. Él me decía: “habla, que te oigo.” Éste era un respetado pro­fesor de liturgia, pero creo que a mí no me tocó recibir esta materia con él. Ya lo he dicho reiteradamente: Agradezco a Dios el hecho de haber sido siempre sincero con estas personas que la Iglesia puso para acompañarme espiritualmente. Nun­ca les oculté nada, aun de lo más íntimo, lo cual ha sido para mí motivo de constante satisfacción.

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