1600 años de la muerte de San Jerónimo

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1600 años de la muerte de San Jerónimo

El 30 de septiembre fueron celebrados los 1600 años de la muerte de San Jerónimo, pero para noso­tros los cristianos el día de la muer­te de un santo ese es su nuevo naci­miento para la vida eterna, por eso sería bueno en esta fecha recordar algunos trazos de su vida, que nos dio el Papa emérito Benedicto XVI en una audiencia en noviembre del 2007.

Decía que Jerónimo era de una familia cristiana, que le dio una es­merada formación, enviándolo in­cluso a Roma para que perfeccio­nara sus estudios. Siendo joven sintió el atractivo de la vida mundana, pero prevaleció en él el deseo y el interés por la religión cristiana. Tras recibir el bautismo, hacia el año 366, se orientó hacia la vida ascética y se integró en un grupo de cristianos fervorosos. Después partió para Oriente y vivió como eremita en el desierto de Calcis, al sur de Alepo, dedicándose seriamente a los estudios. Perfeccionó su conoci­miento del Griego, comenzó el es­tudio del Hebreo, transcribió códi­ces y obras patrísticas. La medita­ción, la soledad, el contacto con la palabra de Dios hicieron madurar su sensibilidad cristiana.

En el año 382 se trasladó a Roma. Aquí el Papa san Dámaso, conociendo su fama de asceta y su competencia de estudioso, lo tomó como secretario y consejero; lo alentó a emprender una nueva traducción latina de los textos bíblicos por motivos pastorales y culturales.

Después de la muerte del Papa san Dámaso, en el año 385 san Jerónimo dejó Roma y emprendió una peregrinación, primero a Tierra Santa, testigo silenciosa de la vida terrena de Cristo, y después a Egip­to, tierra elegida por muchos monjes.

En el año 386 se detuvo en Be­lén, donde, gracias a la generosidad de una mujer noble, Paula, se cons­truyeron un monasterio masculino, uno femenino, y una hospedería para los peregrinos que llegaban a Tierra Santa, “pensando en que María y José no habían encontrado un lugar donde alojarse”. En Belén, donde se quedó hasta su muerte, si­guió desarrollando una intensa acti­vidad: comentó la Palabra de Dios; defendió la fe, oponiéndose con vi­gor a varias herejías; exhortó a los monjes a la perfección; enseñó cultura clásica y cristiana a jóvenes alumnos; acogió con espíritu pastoral a los peregrinos que visitaban Tierra Santa. Falleció en su celda, junto a la gruta de la Natividad, el 30 de septiembre del año 419/420.

Basándose en los textos origina­les escritos en Griego y en Hebreo, comparándolos con versiones pre­cedentes, revisó los cuatro evangelios en latín, luego los Salmos y gran parte del Antiguo Testamento. Teniendo en cuenta el original He­breo, el Griego de los Setenta –la clásica versión griega del Antiguo Testamento que se remonta a tiempos precedentes al cristianismo– y las precedentes versiones latinas, san Jerónimo, apoyado después por otros colaboradores, pudo ofrecer una traducción mejor:  constituye la así llamada “Vulgata”, el texto “oficial” de la Iglesia latina, que fue re­conocido como tal en el concilio de Trento y que, después de la reciente revisión, sigue siendo el texto latino “oficial” de la Iglesia.

Damos gracias al Señor por es­tos trazos de la vida de San Jeróni­mo, que nos ha dado Benedicto XVI, y agradecemos a San Jeró­nimo la obra que realizó en la Igle­sia, unido a su testimonio de santidad, y pedimos al Señor que por intercesión suya nosotros también amemos las Sagradas Escrituras y que como él hagamos que llegue a los demás, a ese pueblo de Dios que necesita este libro que fue escrito  para él, y para gloria y alabanza de la obra salvífica de nuestros Dios en nosotros.

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