Así dice el Señor: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago.” Oráculo del Señor. (Ezequiel 37, 12-14)

Aunque este capítulo 37 se trata de una de las más bellas y profundas páginas del profeta Ezequiel, leo estas cuatro líneas y no puedo dejar de estremecerme. Los sepulcros hacen temblar el alma. Peor en este caso que remiten a una muerte en vida. Cuatro veces aparece la palabra sepulcro en tan corto texto. El profeta contempla un extenso valle de huesos humanos secos, sin vida ni aliento vital. Imagen desgarradora que anula toda visión de futuro, de posibilidad de vida y de esperanza.  

Sin duda que se refiere a la desesperanza de los israelitas exiliados lejos de su patria, sintiéndose condenados a desaparecer como nación. Ya en 33,10 se lamentaban: “Nuestros huesos están calcinados, nuestra esperanza se ha desvanecido, se ha terminado todo para nosotros. ¿Podremos seguir con vida?”. Es el grito desgarrador de una ex-istencia sin salida. Les pesaba demasiado su pasado, no veían de forma halagüeña su presente. “Los haré salir de sus sepulcros”, es el mensaje de Dios para el pueblo a través del profeta. Los invita a ver el futuro como camino de vida. Si el pasado pesa sobre ellos como la loza de una tumba, el futuro se le presenta como vida que brota de las entrañas mismas de la tierra… Y los muertos se ponen en movimiento.

Con todo, pienso que el profeta intenta poner en el centro al “yo personal”, por eso me siento interiormente interpelado por él. No quiero que mi yo se diluya y desaparezca en el colectivo de una lectura del texto en plural. Los sepulcros me hablan de muerte, pero también de posibilidad de vida nueva. Abrir y sacarlos de ellos es la promesa que Dios hace al pueblo de Israel cautivo en Babilonia. Siento que también a mí me promete sacarme de mis oscuros sepulcros. Siento que me habla de abrirme una puerta para que tenga una nueva experiencia de Él. Me habla de rehacer la historia desde cero. El pasado no cuenta, hay que dejarlo en el olvido, cuenta el presente y el futuro que se vaya construyendo desde ahí. No puede haber un mensaje más consolador. Así funciona el borrón y cuenta nueva suyo. Pero siento también que al abrirme una nueva oportunidad de vida me está pidiendo otra manera de responsabilizarme de mi historia personal.

Lo siento así porque fijándome en el contexto literario del relato veo que en el versículo anterior, el v. 11, el pueblo exiliado se dice a sí mismo: “se han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza, todo ha acabado para nosotros”. Es esa sensación de derrota la que hace que Dios les diga: “yo mismo abriré sus sepulcros, y los haré salir de sus sepulcros”. En ese capítulo 37 noto como las palabras “huesos” y “espíritu” aparecen el mismo número de veces (8 cada una) en contraste una con otra. Los huesos remiten a la muerte, al pasado, al polvo, a la nada; a “lo que ya no hay”. El espíritu, por el contrario, me habla de fuerza vital, dinamismo, lo que tiene posibilidad de futuro. Se me revela Dios como Señor de la muerte y de la vida.

Siento que el profeta habla al pueblo, lo mismo que a mí, de un cambio radical, el cambio de la muerte a la vida. El viejo Israel ha muerto y Dios está creando otro nuevo. Deben pasar de la inmovilidad de unos huesos situados en un “cementerio” comunitario al dinamismo vital que genera la presencia del espíritu de Dios en cada uno. Nada extraño que el nombre Ezequiel signifique en hebreo “Dios fortalece”. Por medio de él, Dios habla al pueblo para transmitirle fortaleza, nueva vida. “Yo no me complazco en la muerte ni siquiera del malvado”, veo que había dicho el mismo Dios en 33,11. La oportunidad de un nuevo comienzo está a la mano. ¿Por qué siento que eso es lo propio de Dios, siempre dar oportunidad para un nuevo comienzo?

Siento que con este texto me está invitando a sacar lo mejor de mí mismo y recomenzar. La imagen del corazón nuevo utilizada por este mismo profeta, sustituto del anterior ya caduco, es el signo de ese nuevo comienzo. Es precisamente el profeta Ezequiel quien me habla de que Dios arrancará de mi pecho el corazón de piedra para ponerme otro de carne. Con esa imagen me pone a pensar en la posibilidad de que en mi corazón haya el poder de renovación que me ponga a soñar con la esperanza de una vida nueva. 

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