La Francisco Villaespesa,
esa escuela que no olvido
y hoy evoco agradecido
por el saber que no pesa,
a mi memoria regresa
el inmenso pizarrón
de mi profe el vozarrón
todos de kaki/amarillo
zapatos negros con brillo
mi bulto escolar marrón.
Fila y canto para entrar
era el ritual diariamente
y a las aulas puntualmente
debíamos ingresar
y de una vez comenzar
como abejas en la flor
la cotidiana labor:
con los libros aprender
y así mismo comprender
de la vida su valor.
Matemáticas, Historia,
Lenguaje y Naturales
materias elementales
que retengo en mi memoria
y escuchábamos la gloria
al oír el tintineo
que nos llamaba al recreo
y salíamos en trulla
en desaforada bulla
cual si fuera un coliseo.
Con aquel himno escolar
“Terminamos felizmente”
cantamos alegremente
“Que la noche ha de llegar”
y de regreso al hogar
tras el descanso y la cena
otra vez a la faena
de cumplir nuestros deberes …
No es cosa de pareceres:
aquello ¡valió la pena!