Por: Reynaldo R. Espinal rr.espinal@ce. pucmm.edu.do 

En las dos últimas entregas de esta columna se hizo referencia al ingrato papel de Radio Caribe, como bastión propagandístico utilizado por Trujillo, en la etapa final de su régimen, para atacar inmisericordemente a la jerarquía eclesiástica, a los sacerdotes y la iglesia católica en general, tras el cambio que representó en las relaciones iglesia- estado la Carta Pastoral de enero de 1960. 

Esa burda campaña de maledicencias y denuestos contra la Iglesia era dirigida personalmente por el mismo Trujillo, profundamente dolido en su singular megalomanía tras entender como inconcebible que le fuera denegado el título de “ Benefactor de la Iglesia”, único que le faltaba para coronar sus insaciables apetencias de gloria mundanal.

 Como se sabe, este pedimento le fue denegado con suma sutileza por los obispos dominicanos, quienes al efecto respondieron que no entraba en sus facultades conceder tal honor, prerrogativa que sólo estaba reservada al Santo Padre, que lo era entonces el “ Papa Bueno” Juan XXIII, quien, desde luego, no dio su beneplácito a este exceso de arrogancia de Trujillo. Sobre este tema se escribirá con detalle en otra entrega de esta columna. 

Lo que importa destacar ahora, para comprender el cinismo con que Trujillo, exhibiendo su evidente decadencia, condujo en aquellos días finales sus relaciones con la Iglesia, es el hecho de que, siendo él, como ya se ha indicado, quien prohijaba el irrespeto contra ella, procuraba, al propio tiempo, dar muestras de que Radio Caribe actuaba por su cuenta y riesgo; más aún, dice sentirse atacado por dicha emisora debido a su comportamiento supuestamente benigno al evitar que la justicia actuara contra los obispos dominicanos tras la publicación de la Carta Pastoral.

 Lo antes expuesto se evidencia en la carta que el 18 de octubre de 1960 dirige al periódico El Caribe en los términos siguientes:

 “Señor Director de EL CARIBE Ciudad.

 Algunos amigos me han informado que “Radio Caribe” me acusa de haber intervenido en favor de los Obispos para que el Secretario de Justicia no los sometiera a la justicia por violación al Código Penal, en cuanto se refiere a la publicación de pastorales de tendencias subversivas. 

Ciertamente, intervine para evitar el procedimiento judicial correspondiente. No me arrepiento de haberlo hecho. 

Como “Radio Caribe” insinúa que el nuevo Secretario de Justicia podría actuar ahora para darle cumplimiento al Código Penal, deseo declarar que también me interpondría, en caso necesario, para que no se lleve a cabo tal acción.

 Aunque el Código Penal consagra castigos para los Obispos que lancen pastorales de tipo antisocial, creo sinceramente que en estos casos no debe cumplirse con ese mandato de la ley. Me opongo y opondré siempre a que se dé cumplimiento a ese precepto legal”.

 El mismo que por lo bajo instruía los comentarios anticlericales de Radio Caribe, procuraba dar una imagen de magnanimidad para congraciarse con la Iglesia y presentar como autonóma la actuación de las autoridades oficiales. 

Cualquiera que en la actualidad lea estas declaraciones sin tener comprensión cabal de lo que significó la era de Trujillo y cómo estaba configurada, podría considerar, como pregonaban sus aúlicos, que esta misiva no era más que otro elevado gesto atribuible a la “inagotable magnanimidad” del tirano para con la iglesia y sus pastores. 

Se trataba, no obstante, de una farsa, pues en la era de Trujillo la separación de poderes establecida por Montesquieu en su “ Espíritu de las Leyes”, no era más que un mito, pues era él y sólo él quien designaba jueces, diputados, senadores y, desde luego, funcionarios del Poder Ejecutivo. Por tanto, ninguna acción judicial ni de ninguna otra índole podían las autoridades incoar contra las autoridades eclesiásticas sin contar con instrucciones de Trujillo. Él instruía la injuria y él mismo prodigaba el perdón.

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