Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis, alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto. Mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos, y apuraréis las delicias de sus ubres abundantes. Porque así dice el Señor: “Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones. Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán; como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados. Al verlo, se alegrará vuestro corazón, y vuestros huesos florecerán como un prado; la mano del Señor se manifestará a sus siervos.” (Isaías, 66, 10-14)

El libro del profeta Isaías, sobre todo en su parte final, nos ofrece una serie de textos de una sensibilidad poética extraordinaria. Es el caso de estos versículos que se nos proponen como primera lectura de la liturgia de la Palabra de este domingo. Los últimos diez capítulos (56-66) de este libro fueron escritos por un autor anónimo, a finales del siglo VI a.C., cuando algunos de los exiliados de Babilonia regresaron a Judá, y se instalaron en Jerusalén o sus alrededores. A esta parte del libro se le suele llamar Tercer (o Trito) Isaías, para distinguirlo de otras dos que los especialistas atribuyen a autores distintos, el Primer Isaías (cap. 1-39) y el Segundo Isaías (cap. 40-55).

Cuando los deportados llegan a Jerusalén se encuentran con una ciudad en lamentables condiciones; sin murallas que la defiendan y sin templo donde congregarse para celebrar su fe. Los efectos de tener que reconstruir su ciudad y su templo con escasos recursos humanos y económicos no se hacen esperar. Los autores bíblicos de este tiempo insistirán en que lo que ellos mismos no pueden hacer lo hará Dios por ellos. Y cuando no ven realizarse históricamente su sueño comienza a pensar en un “proceso de apertura a la trascendencia”. Si la esperanza no encuentra respuesta en este mundo, Dios la hará posible en un cielo nuevo y una tierra nueva. Así el horizonte de la esperanza se va volviendo ilimitado.

El autor de nuestro texto, por ejemplo, en vez de quedarse con la mirada clavada en el pasado o de lamentarse de lo que ve en el presente decide proyectar su vista hacia el futuro. Uso aquí muy conscientemente el verbo proyectar. Éste nos da la idea de proyecto, lo mismo que estar lanzado hacia delante. El profeta sueña con un proyecto capaz de lanzar hacia adelante a los habitantes de Jerusalén. Fijémonos que los verbos que aparecen en el texto de repente cambian del tiempo presente al futuro. Y todos ellos remiten a una exuberancia de vida: utiliza imágenes como la del río, habla de las riquezas de las naciones, la madre que cuida de sus hijos, la eclosión de un prado verde. La expresión “seréis consolados” indica que hay un sujeto que hará posible todo lo que esas imágenes tan sugestivas evocan: Dios. Todo será don suyo para el pueblo. Se trata de un mundo utópico que solo Dios puede hacer posible.

Fijemos nuestra mirada especialmente en la imagen de la madre: “Amaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos, y apuraréis las delicias de sus ubres abundantes… Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán; como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados”. Jerusalén, que en muchos textos veterotestamentarios aparece como una novia o la esposa, aquí es presentada como madre de un nuevo pueblo.

Si en su momento el profeta observa los afanes del pueblo por lograr una restauración de la ciudad y su templo, él propone la experiencia de una recreación. El dolor, el llanto, el luto, tan propios de este mundo perderán vigencia en esa nueva creación. La experiencia de la paz como un río o la alegría desbordante será distintiva de la nueva ciudad. En este texto se vislumbra un tema que será central en la apocalíptica judía, la idea de una nueva Jerusalén. Es la manera como los autores sagrados expondrán su convicción de que Dios es capaz de superar los mejores sueños del ser humano. El sueño de Dios sobre el hombre pide que nosotros añadamos un “plus” a nuestros sueños, que no nos conformemos con menos de lo que Dios sueña para nosotros.

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