Conversaba con un grupo de jóvenes sobre las condiciones en que crecí, al igual que la mayoría de mi entorno. Los mozalbetes estaban asombrados. No entendían cómo se podía vivir con tantas limitaciones. Juraban que les mentía o estaba inventando historias.

Ni idea tenían del televisor a blanco y negro, de que las pelotas de béisbol las hacíamos con la “media” que ya no servía, de que debíamos construir nuestros propios juegos, de que una pizza era un lujo inalcanzable, de que teníamos que caminar para ir al colegio, de que en las casas había un baño común, de que todo se debía compartir. Uno casi se desmaya cuando resalté que no había internet ni teléfonos móviles.

Les dije que soy el mayor de cinco hermanos y que en mi infancia, como en la de casi todos los dominicanos de entonces, las cosas se usaban y rehusaban, se le sacaba provecho a todo, nada sobraba. Les puse como ejemplo que mi camisa, cuando me quedaba apretada, la heredaba mi segundo hermano; y a él, el tercero; y al tercero, el cuarto. La quinta no, porque era niña y heredaba de las primas.

Les expresé que estaba prohibido quejarse y el que lo hacía era castigado de inmediato. Había disciplina. El día a día era más simple. Todo se resumía en alternativas: o nos comíamos el mangú o no cenábamos, o cuidábamos nuestros zapatos de goma o andábamos descalzos. Y si no obedecíamos a nuestros padres, ya sabíamos las consecuencias. Así nos criaron y eso fue clave para que muchos se desarrollaran y fueran útiles en la sociedad.

Chicos, continué con mis reflexiones, ahora en una casa promedio hay cierta abundancia o al menos el menú para elegir es más variado. Ahora las comodidades abundan, lo que no necesariamente es positivo, pues se corre el riesgo de no adaptarse a las crisis que surjan y de carecer de iniciativas para avanzar.

Les externé mi preocupación porque había notado bastante ñoñería en esta generación y los que eran ñoños en mi época hoy son adultos susceptibles y fracasados; mientras, los que se formaron entre sacrificios y educación familiar, actualmente se destacan y son buenos ciudadanos. El hogar debe tener cierto orden y jerarquía, lo que no es incompatible con el amor, el respeto a la dignidad y a las diferencias accidentales de cada cual.

Al final les indiqué que cuando en el futuro algunos sean padres y madres, nunca olvidaran la frase de Luis Pasteur: “No les evitéis a vuestros hijos las dificultades de la vida, enseñadles más bien a superarlas”. Nos despedimos, no sin antes los adolescentes darme las gracias y marcharse pensativos.

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