Así dice el Señor: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: “Aquí estoy.” Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.” (Isaías 58, 7-10)

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Leo este texto y en seguida viene a mi memoria aquel otro de Mateo 25, 31ss: “Tuve hambre y me diste de comer, estuve desnudo y me vestiste…”. Pero sobre todo me impresiona esta imagen: “no te cierres a tu propia carne”. ¿Me estará diciendo el Señor que no haga de mi vida una lata o un pote de conserva? Lo pienso, y no dejo de preguntarme por el significado. Por lo pronto pienso que a toda lata de conserva le llega su fecha de caducidad por más herméticamente cerrada que esté. ¿Pasa lo mismo con la vida de la persona que se queda encerrada en su propia carne? ¿Será que el sentido de la vida está en su trascendencia? ¿En vivirla “fuera de casa”?

Me voy al contexto histórico de este texto y descubro que en su trasfondo está la codicia de algunos que no querían compartir su pan, su vestido y su techo con los que habían regresado del Exilio y habían quedado totalmente desamparados. También me acerco al contexto literario y me doy cuenta de que todo el capítulo 58 de Isaías es una de las páginas proféticas que más interpela a los creyentes. Nos echa en cara que vivamos nuestra fe como un show espiritual: mucho ayuno, mucha mortificación, mucha piedad y devoción, pero nada de compromiso con el necesitado. De ahí la invitación a salir de la propia piel para compartir el pan, el techo y el vestido con el que está desamparado. Las consecuencias de esa nueva manera de vivir la fe también las señala nuestro texto: el creyente será luz, al tiempo que su vida renacerá (“te brotará la carne sana”), lo precederá la justicia y la gloria de Dios lo respaldará; el orante clamará a Dios y Este no tardará en responderle sus ruegos. Culto a Dios y justicia al pobre, en eso consiste la verdadera religión.

Conocido el contexto histórico y el literario del texto, ahora se me hace más fácil entender lo que el Señor me quiere decir a través de este mensaje profético. Siento que me invita a cuidarme de mi religiosidad y experiencia espiritual, a que evite hacer de mi fe un opio adormecedor. Que mi vida espiritual no esté sostenida por la apariencia. Me hace caer en la cuenta de que una religiosidad revestida de solo devoción y afección a Dios puede ser muy peligrosa, desencarnada, capaz de hacer de mí un producto empacado al que le puede llegar su fecha de vencimiento sin haber alimentado a nadie.

Siento que el Señor quiere que mi experiencia religiosa y espiritual esté acompañada de relaciones de justicia y piedad para con el otro; quiere ser presencia y salvación para los otros a través de mí. Espera de mí una doble trascendencia: ética y religiosa; horizontal y vertical. En este texto de hoy me deja las cosas claras: solo es verdadera religión aquella que transforma al ser humano desde dentro y lo empuja a la praxis ética; de lo contrario no pasará de ser comercio espiritual o intento de apaciguamiento. No sería más que un ídolo o un fetiche. Y yo, como dice Pablo, un metal que resuena.

Siento que, a través del profeta, Dios me alerta sobre tantas falsas seguridades religiosas. Pienso en las seguridades sacramentales, el hecho de estar bautizado, confirmado, comulgar todos los días, confesarme con frecuencia, ser sacerdote. ¿Acaso todos esos sacramentos constituyen una seguridad? ¿Y qué decir de los actos de piedad, el culto, los ritos, las devociones, las plegarias? ¿Y los buenos deseos espirituales? ¿Y qué hay de las seguridades que dan los dogmas religiosos? ¿Basta solo con eso?

Soy consciente de que por mí mismo es imposible ir más allá de todo esto, por eso en este día pido a Dios que venga en mi auxilio y me ayude a salir de mi propia carne. No quisiera morir ahogado, envuelto en mi propia piel; me da miedo morir podrido como la comida conservada que no fue aprovechada a tiempo.

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