El huracán Fiona pasó por nuestro territorio creando pánico y desolación en decenas de familias que viven en zonas vulnerables. Seres humanos, sobre todo del pueblo del Este, que padecen una tormenta de injusticia social.

No hacen falta estos fenómenos naturales para poner al descubierto la miseria en que ven pasar sus días. Son damnificados eternos, pero ahora la situación actual por la cual atraviesan es peor.

Frente a esta realidad se impone la solidaridad sin límite. Gobierno y sector privado no deben escatimar esfuerzos para llevar sus manos solidarias hacia aquellos que han perdido hasta lo poco que tenían. Evitemos que nuevos damnificados sufran la penuria del olvido y vengan a formar parte de otros damnificados de tormentas pasadas.

Se impone la acción por encima de la palabra. La asistencia eficaz no aguanta la demora. Es hora de convertir la esperanza en alegría fecunda para quienes vieron partir con la lluvia y los vientos los sueños de vivir con dignidad.

Anhelamos que un día los empobrecidos de nuestro país no sientan angustia al ver llegar la temporada ciclónica, porque saben que ésta aumentará su desamparo. Terminemos con esta incertidumbre, construyendo las bases de una sociedad basada en la equidad social.

Recordemos que no hay excusas para dejar de acompañar a los que sufren, y que hay más alegría en dar, que en recibir. Hagamos la prueba.

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