El 27 de julio de 2005 inicié como articulista semanal en El Caribe. Son 18 años ininterrumpidos y unas 900 publicaciones. Ahora que este responsable  periódico celebra sus 75 años de fundación, recordé mi primer artículo allí escrito. Se tituló “No deje que el borracho disponga de usted”. Me siento honrado de pertenecer a la familia de El Caribe, como a la de este medio de comunicación.

“La madrugada olía a alcohol, por ello el borracho estaba en sus alambiques al momento de visitar la tumba de su compadre. Quería recordar el último “jumo” que se dieron. Pero cuando estaba a punto de dedicarle su canción preferida, escuchó una voz que desde otro sepulcro exclamaba: “¡ayúdenme, sáquenme de aquí, que tengo una eternidad sin ver la luz!”.

El beodo, asustado, se dirigió al lugar y observó asombrado que sobresalía la mano de alguien que, desde las profundidades, imploraba auxilio. –¡Por favor, socorro, que no puedo respirar! –gritaba el infortunado. –¡Mire, charlatán! –interrumpió el borracho –usted nunca ha querido llegar a la superficie, porque solo está a medio metro de ella; en consecuencia, ¡usted no está vivo, carajo, sino mal enterrado!  Y de inmediato procedió a pisar con fuerza, una y otra vez, los cinco dedos del desamparado, hasta que quedaron para siempre bajo tierra, junto con los lamentos.

Muchos están muertos sin saberlo. Ni por error actúan. Se ocultan del sol que anima y le temen el viento que refresca. No tienen ideales. Ni para estadística sirven. Y lo peor: se momifican por tanto tiempo que ya no tienen oportunidad de resucitar.

¿Cuántos de nosotros, todos los días, nos perdemos en lo cotidiano y nuestro tiempo se va en dormir, comer, ir al baño, trabajar, sudar y preocuparnos por lo mismo? ¡Qué lamentable es carecer de grandes metas, porque nadie llega más allá de lo que se propone!  ¡Ay de aquellos que se estancan y son simple masa que moldea a su antojo el panadero de la vida! ¡Ay de los que no se emocionan con la risa de un niño o no se les agita el pecho cuando contemplan el dolor ajeno!

No nos conformemos con levantar la mano para pedir ayuda, a sabiendas de que en ocasiones es necesario hacerlo, pero siempre con dignidad. Dependamos de nuestro esfuerzo para triunfar. Y si usted es de esos que pasan por el mundo sin pena ni gloria, no le pida al borracho que lo salve. Húndase en el olvido, apenas acompañado de sus propias lamentaciones y de su falta de iniciativa. Total, que de usted nadie se acordará, ni siquiera los bichos del cementerio”.