En aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley. Uno de ellos habló en nombre de los demás: “¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres.” El segundo, estando para morir, dijo: “Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna.” Después se divertían con el tercero. Invitado a sacar la lengua, lo hizo en seguida, y alargó las manos con gran valor. Y habló dignamente: “De Dios las recibí, y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios.” El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos. Cuando murió este, torturaron de modo semejante al cuarto. Y, cuando estaba para morir, dijo: “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida.” (2Macabeos 7, 1-2.9-14)

Los libros de los Macabeos describen la resistencia política, militar y religiosa que un grupo de Judíos celosos de su cultura y tradición plantaron a los seléucidas, soberanos helénicos (de cultura griega) de Siria. El de más dolorosa memoria tal vez haya sido Antíoco IV Epífanes. Los Macabeos defienden especialmente el templo y la Ley de Moisés, dos de las instituciones que vertebran el judaísmo posexílico, frente a los intentos de helenización de su religión y cultura.  Algo de eso aparece en el texto que nos ocupa en esta ocasión: “El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley”. Los jóvenes torturados prefieren “morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres”. Es el reflejo de una “conciencia patriótica que defiende la propia identidad, la propia cultura y la propia fe contra la influencia extranjera” (J.L. Ska).

La familia de los Macabeos, de quien reciben el nombre estos libros, puede equiparse a los rebeldes o combatientes de algunos países ocupados o colonizados por fuerzas extranjeras. Luchan contra la influencia de la cultura griega, uno de los medios utilizados por el poder para suplantar las culturas autóctonas y cohesionar todos los territorios conquistados. 

Los dos libros de los Macabeos se encuentran entre los más recientes del Antiguo Testamento. Pertenecen al llamado período helenístico. Describen acontecimientos ocurridos entre los años 200 y 134 a.C. Forman parte del grupo de libros que las Biblias católicas denominan deuterocanónicos. Posiblemente escritos en griego (aunque algunos piensan que el primero de esos libros pudo haber sido escrito en hebreo antes de ser traducido al griego), aparecen en la versión griega de la Biblia llamada Setenta (LXX). Quedaron excluidos del canon hebreo, entre otras razones, por haber sido escritos en griego ‘o transmitidos solo en la versión griega, por eso tampoco aparecen en la Biblia protestante, quienes los consideran apócrifos. Recordemos que para su versión latina de la Biblia (llamada Vulgata), san Jerónimo utilizó la versión griega de los LXX; mientras que Lutero, para la traducción alemana utilizada por los protestantes, prefirió la versión Hebrea, por considerarla la “Biblia auténtica” y “original”. En la Biblia católica, la historia de Israel concluye con estos dos libros, colocan, así, al lector en el umbral del Nuevo Testamento, haciendo de puente entre este y el Primer Testamento.

Estos libros fueron conservados, además, en el canon católico por lo útil que resultan al momento de intentar dar una fundamentación bíblica a algunos asuntos doctrinales y de devoción; por ejemplo: el martirio (2Mac 6,18-7,41), la oración por los difuntos (2 Mac 12, 41-46), la resurrección de los muertos (2 Mac 7,9; 14,46), las sanciones en el más allá (2Mac 6,26) y la intercesión de los santos (2Mac 15, 12-16). De estos últimos temas nos habla el relato de hoy, especialmente de la resurrección.

En efecto, es en este momento de su historia que los judíos comienzan a hablar de resurrección y de una vida en el más allá, como respuesta de Dios a la fidelidad de aquellos que prefieren el martirio a quebrantar su Ley. El segundo y el cuarto joven del relato confiesan su esperanza en la resurrección de los muertos. El primero de ellos dice al rey: “Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna”; mientras que el otro afirma convincentemente: “Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida.” Es así como a mediados del siglo II a.C., llega al pueblo judío la magnífica idea de la resurrección como expresión de la justicia plena que el ser humano anhela y no alcanza en este mundo.

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