Pbro. Isaac García de la Cruz

El Estado romano era muy severo en materia tributaria, no solo por el rigor con que les cobraba los impuestos a sus ciudadanos o por lo elevado que solían ser, sino también porque daba libertad a sus cobradores, para alargar la manga un poco más de lo normal, llegando a cometer graves abusos e injusticias, lucrándose personalmente, con el cobro de los impuestos.

Los evangelios nos dan a conocer a uno de los cobradores de impuestos romanos: Zaqueo (Lc 19,1-10) y, sin lugar a dudas, por sus funciones, debió ser un hombre odiado por el pueblo. Él era un líder que representaba el poder político, financiero y fiscal al mismo tiempo, de los cuales había sacado grandes ganancias económicas a su favor. El texto bíblico lo declara: “jefe de publicanos y rico”. Es evidente que, por la falta de controles, debía haber realizado cobros compulsivos, unilaterales, inverificables y arbitrarios diariamente, sin el más mínimo sentido humano, pudor, caridad ni sensibilidad, ya fuera ante una indigencia rampante o una opulencia desmedida. Allí la ley y la regla del juego estaba determinada por el nivel de avaricia del cobrador de impuestos.

Pero un día todo cambió repentinamente. Aquel hombre de baja estatura, alta usura y ciego a las sensibilidades humanas, se encontró con Jesús, precisamente encima de un árbol de sicomoro y después en su casa, por la autoinvitación que se hiciera Jesús a visitarlo. Fue en este contexto, cuando por primera vez, delante del Hijo de Dios, le llegó el cargo de conciencia y la necesidad de cambiar la orientación de su vida, planteándose la urgencia de sentir la presencia misericordiosa de Dios y el encuentro fraterno frente a quienes tanto le había robado: “Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré cuatro veces más”. Y, de seguro, lo tenía que hacer.

En aquella mesa, con aquel invitado de alto quilates, quien lo sorprendió en todo el sentido de la palabra, por dentro y por fuera, se dio cuenta de sus errores y de la maldad de sus acciones: en este preciso momento cambia el mal por el bien, decide invertir en el cielo, encontrar su paz interior, recuperar amigos y alcanzar su salvación. ¡Tremendo cambio cualitativo!

La gran noticia es que Zaqueo se convierte con sincero corazón, continúa su misma profesión y el mismo Jesús confirma que “hoy ha llegado la salvación a esta casa”. Seguramente a su financiera, a partir de ese momento, le entró menos dinero y, sin embargo, se le multiplicó, no en función de una matemática inversa, al devolver “cuatro veces más”, sino porque recobra los beneficios de su honestidad, a propósito de que nuestros obispos han dedicado este año a reflexionar sobre este valor y ahora, que Zaqueo se ha abierto a la dimensión del amor a Dios y al prójimo, siendo compasivo frente a quienes les cobraba más impuestos de lo debido o altruista ante quienes les necesitaban y que antes ignoraba; ahora es un hombre feliz, realizado y salvado. Sin lugar a dudas, una gran lección de ayer y de hoy.

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