Para nuestra reflexión utilizaremos el Salmo 91, que fue llamado por el Talmud de Babilonia “el canto de las plagas satánicas” porque contiene una serie de imágenes y metáforas que representan el mal. En contraste, uno de los más grandes escritores católicos franceses, Paul Claudel (1868-1955), el mismo que por los hermosos versos 11 y 12, que hablan de los Ángeles buenos y de su obra, llama al salmo “un himno a los santos Ángeles”. De cualquier manera, este salmo plantea el tema de la guerra espiritual que nos interesa.

El salmista, de acuerdo con el espíritu de su tiempo, utilizando una serie de imágenes y metáforas, por un lado, presenta los peligros y ataques del mal, y por otro, indica los medios de la guerra espiritual e infunde confianza en la certeza de la victoria. La abundancia de imágenes y metáforas del mal es sencillamente asombrosa. Hay doce de ellas: “lazo del cazador” (v. 5), “peste destructiva” (v. 3); “terror de la noche” (v. 5), “una flecha que vuela de día” (v. 5); “la pestilencia que anda en la oscuridad” (v. 6) – es un peligro grave, simboliza el mal oculto: el mal bajo la apariencia del bien, un lobo con piel de oveja, “una epidemia que destruye al mediodía” (v. 6); “miseria” (v. 10), “plaga” (v. 10); “cobra” (v. 13), “víbora” (v. 13); “león” (v. 13) y “dragón” (v. 13).

Aunque esta no es una pelea menor, sino muy seria, el hombre justo no necesita temer estos poderes del mal. Incluso puede atreverse a pisarlos (v. 13). Santa Teresa de Lisiuex, de pequeña, en su sueño profético, persiguió a Satanás, que huyó al sótano y se escondió detrás de las barricas. Entonces, ¿Cuál es el contrapeso espiritual, la fuerza espiritual en la que puede confiar el creyente? Ante todo, es la fe profunda en Dios, en su vida y resurrección, el más importante acontecimiento que celebramos hoy con tanto entusiasmo. 

El Dios de los patriarcas (cf. Gn 17,1; 28,3; 35,11; 48,3), es conocido por muchos nombres o atributos, como “Dios de los padres” (Gn 31,5), “Vidente” (Gn 16,13), “Eterno” (Gn 21,33), “Pastor” y “Roca de Israel” (Gn 49,24). El nombre propio de Dios “Yahveh”, “Señor”, se revela a Moisés en el monte Horeb (Ex 3,14). Este nombre está asociado a una especial e histórica intervención de Dios en la vida del pueblo de Israel. Dios, viendo sus sufrimientos, escuchando sus gemidos, conociendo su opresión en la esclavitud egipcia, “desciende para librarlos de la mano del faraón y conducirlo a la Tierra Prometida (cf. Ex 3, 7-8). Este Dios que es el Señor del cielo y de la tierra, es también mi Dios (v. 2), confiesa el salmista. Este grito no es sólo una confesión de fe, sino que también indica una referencia interior, un sentimiento de especial cercanía. ¡En él puedo apoyarme!, ¡En él puedo poner mi confianza!, porque, en definitiva, Dios es “Mi refugio y mi fortaleza” (v. 2).

A tal profesión de fe, confianza y amor, Dios responde directamente con amor maternal. Él envía los ángeles a su fiel adorador para cuidarlo a través de ellos, como lo expresa maravillosamente el salmista cuando dice: “El ángel del Señor acampa a los que le temen y les trae salvación” (Salmo 34,8). Los enemigos de nuestra salvación están constantemente al acecho y tendiendo trampas, aprovechándose de las debilidades de nuestra naturaleza humana. Nosotros también durante esta Semana Santa hemos recorrido y actualizado los misterios más importantes de nuestra fe, por eso, hoy queremos gritar Aleluya, Jesucristo ha resucitado y nosotros con el resucitaremos y alcanzaremos una morada santa. Bendito sea el Señor. Santos Ángeles, ayúdanos a vivir en el temor de Dios y a desear sólo lo que lleva a Dios y a la felicidad eterna.

Padre Jan Jimmy Drabczak CSMA