“El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: “Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.” Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Volverán los rescatados del Señor, vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán”. (Isaías 35, 16a.10)

Un texto que rebosa alegría. Una de las páginas bíblicas más conmovedoras. Lo leo y lo siento como un balde de agua fresca en un caluroso verano. Todo en él expresa deleite primaveral: “el yermo se regocijará”; el páramo y la estepa florida son signo de gozo y alegría. Me habla de belleza, de gloria, de ojos que ven con nitidez, de oídos que disfrutan el sonido. Salta el cojo, canta el mudo, “pena y aflicción se alejan”. Hago las cuentas y noto que cinco veces aparece el sustantivo alegría (o el verbo alegrarse); dos veces nos habla de gozo; regocijarse, cantar y florecer son el resultado. Un texto saltarín, jubiloso, primaveral, festivo. En Adviento, la primavera se adelanta para hacer de pórtico a la Navidad.

Me detengo, y descubro que en su primera parte el texto me habla del paso de la naturaleza muerta (desierto, yermo, páramo, estepa) a exuberante y alborozada primavera; mientras que la segunda parte se refiere a fortaleza y robustez de manos, rodillas y corazón ante la debilidad, vacilación y cobardía. Las personas vulnerables (ciegos, sordos, cojos, mudos) recuperarán sus facultades. Será la manera como se manifieste la gloria de Dios. Digo esta palabra, “gloria”, y me evoca música, canto, belleza, gozo, vida luminosa… Todos los verbos están en futuro. ¿Me lanzan hacia la Navidad?

Pero no estoy conforme. Siento el impulso de investigar el contexto literario donde aparecen estos versículos, lo mismo que el contexto histórico en el que el autor los ubica. En cuanto a lo primero, descubro que estos versículos forman parte de un contexto literario más amplio, del llamado por los especialistas “pequeño apocalipsis”, contenido en los capítulos 34 y 35 de Isaías. Lo designan así porque en él se recoge el juicio de Dios contra Edom, y posiblemente otras naciones, debido al pecado de la humanidad (Cap. 34); así como la liberación de Jerusalén (cap. 35). Nuestro pasaje, con su mensaje jubiloso de restauración y esperanza, muestra un claro contraste con lo dicho en el capítulo anterior. Las imágenes y metáforas nos hablan de tierra nueva. Juicio y salvación aparecen aquí como las dos caras de una hoja.

¿Y en cuanto al contexto histórico? El texto refleja que el autor tiene en mente el retorno de los israelitas que habían sido deportados a Babilonia. Con su vuelta a la patria se da una nueva creación. Lo que es desierto y sequedal de repente se convertirá en tierra fértil y territorio florido. Lo inhóspito e intransitable se volverá paisaje que invita a la andanza. Todo será transformado; la alegría y el júbilo no se harán esperar. ¿Por qué de repente este texto me hace pensar en Jesucristo pasando por el desierto de mi vida? ¿Por qué vienen a mi mente tantos pasajes evangélicos en los que el Señor devuelve la vista a ciegos, hace que vuelvan a oír los sordos o a hablar los mudos?

Con su mensaje, el profeta se me revela como mensajero de esperanza y testigo de la fidelidad de Dios a su pueblo. Adviento (esperanza) y Navidad (fidelidad de Dios), en una sola postal. 

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