Homilía en la Misa Crismal del Jueves Santo, Multiusos Pucmm, 14 de abril 2022

Queridos hermanos y hermanas:

Agradezco a Dios que nos concede la alegría de vernos congregados con su bendición en esta Misa Crismal, el Jueves Santo del 2022.

Por largo tiempo la pandemia nos ha impedido tener esta hermosa celebración a la manera acostumbrada, pero ahora, habiendo mermado notablemente el contagio, manteniendo aún las precauciones, podemos manifestar la unidad de nuestra Iglesia Arquidiocesana.

Desde el ingreso a este recinto lo hemos notado. Es evidente en todos ustedes la alegría de volver a encontrarnos. En cuanto a mí, podría repetir con el Señor: “Ardientemente he deseado comer esta pascua con ustedes…” (Lucas 22,15). Gracias al Señor, aquí estamos.

Presbíteros, Diáconos, Presidentes de Asamblea, Consagrados y Consagradas, fieles en general, presididos por un servidor, acompañado de los Obispos Auxiliares Mons. Tomás Morel y Mons. Valentín Reinoso, msc. Y contando hoy con la grata presencia de Mons. Ramón De la Rosa. De ese modo  expresamos la unidad en la diversidad, disfrutando la Comunión que es regalo de Dios a la Iglesia Universal y, por tanto, también a esta Iglesia local custodiada celosamente por al Apóstol Santiago el Mayor.

Por lo que acabo de decir, debe sentirse muy complacida la Madre de la Altagracia, nuestra Madre, cuyo centenario de la Coronación Canónica nos disponemos a celebrar. ¿Qué madre no se alegra mirando complacida la unidad de su familia? Bajo su mirada maternal estamos nosotros. Que ella siempre acompañe con su ternura la marcha de cada hogar, cada comunidad  y cada persona de esta Arquidiócesis de Santiago.

He pensado cómo podrá la Iglesia de Ucrania expresar hoy esa comunión, en medio de muertos, heridos, emigrados y de todos los destrozos causados por la guerra. Elevemos desde aquí nuestras plegarias por ellos, para que finalmente puedan vivir en paz.

Esta Eucaristía de hoy tiene también otra marca particular. Como es la primera vez que nos congregamos de forma casi multitudinaria, por las razones ya dichas, hemos escogido esta celebración para dar mayor motivación e impulso a los trabajos preparativos del próximo Sínodo en que el Papa Francisco nos invita a dar muestras de unidad CAMINANDO JUNTOS, de decir, en espíritu de sinodalidad.

El proceso sinodal inició en el 2021 y concluirá con la celebración del Sínodo de los Obispos en Roma, en octubre del 2023; pero es muy importante cumplir las etapas diocesanas que previamente deben realizarse.

No es que estemos ayunos de espíritu sinodal, pues en el país y en nuestra Arquidiócesis hay señales evidentes de ese espíritu: El Plan Nacional de Pastoral, el Primer Concilio Plenario Dominicano y los Sínodos realizados en diferentes lugares del territorio nacional, como es el caso de nuestro Primer Sínodo Arquidicesano (2008-2014), presidido por el querido Arzobispo Mons. Ramón De la Rosa, cuyo Documento Final está en plena vigencia en nuestra Iglesia local. Entiendo que todo eso constituye el fruto natural de la sinodalidad.

Podría yo decir muchas cosas sobre este ‘caminar juntos’ al que nos invita el Papa. Pero, dada la relativa brevedad de una homilía, solo mencionaré algunas partes de la gran riqueza aportada por el mismo Papa Francisco, así como por los organismos encargados del Sínodo.

Dice el Papa Francisco:

·         La palabra “sínodo” contiene todo lo que necesitamos entender: “caminar juntos” (…) Caminar juntos —laicos, pastores, obispo de Roma— es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica.

·         La sinodalidad no es el capítulo de un tratado de eclesiología, y menos aún una moda, un eslogan o el nuevo término a utilizar o manipular en nuestras reuniones. ¡No! La sinodalidad expresa la naturaleza de la Iglesia, su forma, su estilo, su misión.

·         Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha, con la conciencia de que escuchar es más que oír. Es una escucha recíproca en la cual cada uno tiene algo que aprender.

·         Los pastores caminan con el pueblo, a veces delante, a veces en medio, a veces detrás. El buen pastor tiene que moverse así. Delante para guiar, en medio para animar y no olvidar el olor del rebaño, detrás porque el pueblo tiene también “instinto”. Tienen un instinto para encontrar nuevos caminos hacia adelante, o para encontrar el camino perdido.

·         Hay mucha resistencia a superar la imagen de una Iglesia rígidamente dividida entre dirigentes y subalternos, entre los que enseñan y los que tienen que aprender, olvidando que a Dios le gusta cambiar posiciones: «Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes» (Lc 1,52), dijo la Virgen María.

·         Tengan confianza en el Espíritu Santo. No tengan miedo de entrar en diálogo y dejarse impactar por el diálogo.

Eso y mucho más nos dice el Santo Padre, a fin de animarnos en este camino eclesial.

Debemos continuar pendientes, además,  de las orientaciones de nuestra Vicaría de Pastoral, en coordinación con el Instituto Nacional de Pastoral. Dejémonos guiar. Confiemos plenamente en el Espíritu Santo. Él nos llevará a puerto seguro.

Precisamente este Espíritu es quien hace su obra en el Siervo de la primera lectura de hoy (Isaías 61,1-3a.6a.8b-9):

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados…”

Ustedes se llamarán «Sacerdotes del Señor», dirán de ustedes:    «Ministros de nuestro Dios.» Les daré su salario fielmente y haré   con ellos un pacto perpetuo”.

Aquí está congregada una parte de ese pueblo sacerdotal: los consagrados para dicho ministerio –que hoy renovamos nuestro compromiso– y los que ejercen y disfrutan el sacerdocio común de los fieles, sin los cuales no existe la Iglesia. Ungidos todos para ser propiedad del Señor. La bendición de los aceites en esta Eucaristía nos hace revivir esa consagración.

         “Aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su   sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos.       Amén”. (Apocalipsis 1,5-8).

Y en el santo Evangelio escuchamos: “toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él”. Y viene a mi mente el pasaje de la carta a los Hebreos: “…qutémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata y corramos en la carrera que nos toca, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y completa nuestra fe”. Se trata del Siervo de Dios, Cristo Jesús. Y –continúa el evangelio– Él “se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír.» (Lucas 4,16-21).

Lo he dicho otras veces, en este mismo lugar: entiendo que Cristo mismo, su vida, su conducta era la sorpresa que el amor del Padre escondía detrás de la imagen de aquel siervo tan antiguo y tan misterioso. Para ese texto antiquísimo no había otra exégesis que permitiera profundizar en el misterio de Dios, que no fuera el resplandor del Verbo, quien vino a ser —como lo expresa Él mismo— la Luz del mundo. La vida y la conducta del Señor constituyen, pues, la exégesis perfecta que lo explica todo.

Y a propósito de esto he dicho también: ¡Ay, si cada predicador pudiera afirmar lo mismo! Es decir, “hoy se cumple en mí la palabra que acaban de oír”. No hay mejor exégesis que la vida, el testimonio de quien proclama la Palabra del Señor.

Ahora que nuevamente vamos a entrar al Triduo Sacro de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, pidamos que el Espíritu Santo nos ayude también a nosotros a vivir nuestra consagración y —como Cristo— llevar a feliz término la misión encomendada.

Amén.

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