Por Mons. Jesús Castro Marte

Obispo de La Altagracia

El 13 de marzo se cumplen 10 años del pontificado del Papa Francisco. Sus primeras palabras, recién elegido, han marcado su camino al servicio de la Iglesia y de la sociedad:

“Comenzamos este camino: obispo y pueblo. Un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros. Recemos siempre por nosotros: el uno por el otro. Recemos por todo el mundo, para que haya una gran fraternidad.  Y ahora quisiera dar la bendición, pero antes, antes, les pido un favor: antes que el obispo bendiga al pueblo, les pido que ustedes recen para el que Señor me bendiga: la oración del pueblo, pidiendo la bendición para su obispo”.

Desde ese momento se comenzó a vivir la riqueza de la sinodalidad que hoy se reflexiona en todas las Comunidades: fraternidad y confianza desde la oración que une al Dios de la vida

A nadie han dejado indiferente las palabras y modo de actuar de Francisco. Es más, ha provocado desde la mayor aceptación hasta el rechazo más sonoro. Pero eso no es extraño porque la misma Palabra de Dios es radical y comprometedora. No se puede escuchar la Palabra y, a la vez, permanecer indiferente ante el sufrimiento humano. Sus escritos y disertaciones nacen de un corazón apasionado por el evangelio, esa misma Buena Noticia que movió a Francisco de Asís, inspirador de su nombre papal, a entregarse gratuitamente a la construcción del Reino. Desde la humildad, a los pies de la Iglesia y la humanidad, confiado en Dios y en las personas, Francisco está guiando al Pueblo de Dios por el camino de la santidad. A destacar el reconocimiento que profesó a su antecesor Benedicto XVI ensalzando su testimonio de vida y acompañándole en todo momento, símbolo de una bella fraternidad.

Francisco ha abierto una ventana a la Iglesia por la cual está entrando la brisa fresca del evangelio. Fue lo mismo que pasó hace más de 50 años con el Concilio Vaticano II que aún hoy sigue iluminando el caminar de las Comunidades que, a veces se quedan anquilosadas, al margen del mundo y de los preferidos de Jesús. Nunca cómo hasta ahora han tan sido esperadas en todos los ámbitos de la sociedad las palabras de un pontífice en los diversos temas que ha reflexionado. Por ejemplo, la expectación con la Encíclica “Laudato Si” fue inmensa hasta el momento que salió a la luz. Y las palabras que escribió son de una fuerte denuncia a la vez que un precioso anuncio pues es evidente que no podemos seguir viviendo al mismo ritmo de un consumismo que vuelve inhóspita la Tierra, nuestra casa común.

La preocupación de Francisco es clara: “esta hermana clama por el daño que le pro¬vocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus pro¬pietarios y dominadores, autorizados a expoliarla” (Laudato si 2). En todos los escenarios se hace eco de esta sangrante realidad: “los detergentes y productos químicos que utiliza la población en muchos lugares del mundo siguen derramándose en ríos, lagos y mares” (Laudato si  29).

Si no tomamos conciencia de esta degradación constante llegaremos a un punto sin retorno. Francisco se hace eco de este clamor: “¿Quién ha convertido el maravilloso mundo marino en cementerios subacuáticos despojados de vida y de color? Este fenómeno se debe en gran parte a la contaminación que llega al mar como resultado de la deforestación, de los monocultivos agrícolas, de los vertidos industriales y de métodos destructivos de pesca, especialmente los que utilizan cianuro y dinamita” (Laudato si 41). Y en “Querida Amazonia” sigue recordando la obligación de cuidar la naturaleza en un escrito reflexionado por las Comunidades que viven en la Amazonia.

Francisco tiene en su mente y corazón una sociedad unida, libre de fronteras, persecuciones y violaciones a la dignidad. Sueña con la fraternidad universal donde todas las personas sean miradas como hijos e hijas de Dios. Y por eso enaltece el valor del encuentro, del compartir en su Encíclica “Fratelli Tutti”, sobre la “Fraternidad y la amistad social”, donde reina el respeto y las mejores costumbres:

“muchas veces se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son iguales para todos. El respeto de estos derechos es condición previa para el mismo desarrollo social y económico de un país. Cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus derechos son reconocidos y tutelados, florece también la creatividad y el ingenio, y la personalidad humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en favor del bien común” (Fratelli tutti 22).

Francisco, fiel observador de nuestra sociedad, nos comparte su reflexión: “observando con atención nuestras sociedades contemporáneas, encontramos numerosas contradicciones que nos llevan a preguntarnos si verdaderamente la igual dignidad de todos los seres humanos, proclamada solemnemente hace 70 años, es reconocida, respetada, protegida y promovida en todas las circunstancias. En el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre. Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados” (Fratelli tutti 18). Aun así es posible creer en el hombre, en su esencia pura y genuina, creado por amor.

Pese a todos aquellos que vaticinan calamidades es más fuerte la utopía del paraíso que Jesús nos promete en el momento más amargo de la cruz. Esta Encíclica anima a seguir reflexionando y fortaleciendo nuestra lucha por la dignidad siendo fieles a la herencia que esta tierra nos dejó de los corazones valientes de la primera Comunidad Dominica que no tuvo miedo a proclamar la verdad y denunciar las injusticias.

Quienes defienden la libertad se olvidan de la igualdad y quienes apoyan la igualdad restringen la libertad. Por esta razón debemos soñar con la fraternidad que nos recuerda nuestra filiación divina. Francisco nos ilumina:

“Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos. Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (Fratelli tutti 5-6).

Francisco anima a compartir pues el desarrollismo en sí mismo no tiene sentido, sus cimientos están resquebrajados, y sólo responde a miradas puramente economicistas cuyo actor principal es el hombre productor-consumidor:

«el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza de la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien» (Evangelii Gaudium 2).

Francisco establece una clara relación entre la forma de relacionarse con el dinero y la idolatría, señalando las consecuencias que esto tiene para la comprensión que el ser humano se hace de sí mismo: «la adoración del antiguo becerro de oro (cf., Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano” (Evangelii Gaudium 55).

El papa Francisco nos inspira: en un discurso en julio de 2015, en su visita a Bolivia, señalaba: «La Biblia nos recuerda que Dios escucha el clamor de su pueblo: “las famosas tres T”: Tierra, techo y trabajo para todos nuestros hermanos y hermanas. Son derechos sagrados. Vale la pena luchar por ellos. Que el clamor de los excluidos se escuche en América Latina y en toda la tierra». Las tres T tendrán su auténtico sentido cuando en verdad eliminemos las empalizadas del miedo y nos sumerjamos en el mar infinito de la solidaridad. Es una utopía que se puede convertir en realidad si soñamos juntos con esa tierra que mana leche y miel (Ex 3, 8), la tierra prometida que ha mantenido siempre esperanzado al Pueblo de Dios.

Francisco es un defensor de la paz, llora por el sufrimiento que padecen tantos inocentes implorando de Dios la misericordia y el entendimiento entre quienes deciden el destino de los pueblos: “en Ucrania corren ríos de sangre y lágrimas. No se trata sólo de una operación militar, sino de una guerra, que siembra muerte, destrucción y miseria. El número de víctimas aumenta, al igual que las personas que huyen, especialmente las madres y los niños”. Así se expresó en el Angelus del 6 de marzo de 2022 ante más de 25.000 personas en la Plaza de San Pedro en una oración que llega a todos los rincones del mundo manteniendo viva la esperanza del alto el fuego, de la tregua de paz, del acuerdo mundial que ponga fin a la sinrazón de la Guerra. Su mensaje para la celebración de la 55 Jornada Mundial de la Paz comienza con esta preciosa cita bíblica del profeta Isaías.

 ¿Qué mejor deseo podemos compartir en estos tiempos de incertidumbre donde priman los valores de la cultura de muerte y sufren tantas personas inocentes víctimas de las guerras? Francisco propone tres caminos para construir una paz duradera: “el diálogo entre las generaciones, como base para la realización de proyectos compartidos; la educación, como factor de libertad, responsabilidad y desarrollo; y el trabajo para una realización plena de la dignidad humana”. Pues “dialogar significa escucharse, confrontarse, ponerse de acuerdo y caminar juntos. Fomentar todo esto entre las generaciones significa labrar la dura y estéril tierra del conflicto y la exclusión para cultivar allí las semillas de una paz duradera y compartida”. Todos somos guardianes de la vida de las personas que forman esas comunidades (Gn 4, 9).

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