A Zutano lo conocí siendo jóvenes. Me decía que algún día sería millonario como sea. La vida nos separó. Hace años nos encontramos y me apenó su situación económica: no tenía para comer; a los pocos meses nos vimos de nuevo y todo su entorno material había cambiado: reflejaba abundancia. “Estoy en política, soy funcionario”, me dijo en tono burlón y se marchó sin despedirse. Se contagió de una enfermedad que denomino “sed de oro”.

La ambición es como un fuego y algunos no saben escapar a tiempo. No me refiero al sano anhelo de aspirar a ser más, que eso es saludable para el alma y contribuye a lograr una mejor sociedad, sino al de carecer de parámetros éticos o morales para tener más.

La siguiente historia marcó mi juventud. Yo tenía 16 años. Conseguí mi primer trabajo por un mes, en Seguros San Rafael, abriendo y enviando cartas, colocando sellos y llevando café a todos lados. Mi labor siempre la hice con esmero, tratando de ser eficiente en mis sencillas y a la vez imprescindibles funciones.

Con lo que me pagarían al final, que era ciento veinticinco pesos (RD$125.00), podía adquirir varias camisas de cuadros y algunos libros. Entonces, cuando se acercaba la fecha de recibir el cheque, algo me sucedió. Andaba inquieto, porque pronto sería rico o al menos tendría una cantidad de dinero impensable para mí.

No notaba mi conducta impropia, aunque mis compañeros de labor sí. Uno de ellos me lo hizo saber, pero desconocía los motivos. A mi consejero, el padre Ramón Dubert, le expliqué la situación. Entendió de inmediato y me expresó: “El dinero Pedro, el complicado dinero cambia a la gente, la perturba, tenlo presente para que no te suceda de nuevo”.

Luego de ello volví a mis orígenes y terminé mi trabajo con honor, más triste por los amigos que dejaba que contento por los miserables chelitos que recibiría, que ni recuerdo en qué los gasté.

El que obra inspirado por el dinero no tiene amor por lo que hace, vende su alma, comete errores y no duerme en paz; en cambio, el que labora motivado por serias convicciones sigue adelante, su ánimo está sosegado, se guía por los principios, su espíritu libre es su motor y el cumplimiento del deber es su razón de ser.

La “sed de oro” se ha extendido en muchos estamentos públicos y privados de la nación. Es una de las principales causas de nuestro subdesarrollo. Dejemos de intoxicarnos con la “sed de oro”. Cambiemos esa innoble dieta por las de “sed de justicia”,  “sed de honestidad” y “sed de servicio”. No imitemos al pobre Zutano.

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