De los evangelios canónicos (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) solo en Mateo y Lucas encontramos noticias sobre la infancia de Jesús; y éstas son solamente las que los evangelistas consideraron atinentes a nuestra salvación. 

En estos relatos, Lucas reforzará los datos cronológicos, pues le interesa enfatizar  la veracidad histórica,  y ambos mostrarán también en esta sección de la infancia de Jesús, el pleno cumplimiento de las promesas de Dios.

Son tan escasos los datos aportados por los evangelistas, que muy pronto surgieron los intentos de subsanar esta falencia, a fuerza de pura imaginación. 

Así fue como nacieron los escritos apócrifos denominados «evangelios», que forman parte de la gran cantidad de documentos que llevan el nombre de apócrifos (más de sesenta, sobre diversos temas del Nuevo Testamento).

El que quiera noticia abundante, ahí la encontrará. Todo lo referente al niño es una maravilla: en el pesebre le adoran permanentemente el burro y el buey (solo aquí aparecen estos nobles animales que no faltan en ningún belén o nacimiento); en la huida a Egipto, las palmeras se inclinan para darle sombra… 

Ya un poco más crecido, el infante hará con sus manos, en día sábado, gorriones de barro. Al pedir las autoridades a José que lo corrija por no respetar el sábado, el niño hace que los pájaros de barro salgan volando con gran estrépito.

En estos escritos de piadosa fantasía, el niño Jesús juega, sonríe, se enfada y José hasta tiene que halarle las orejas… El pequeño sana a otros pequeños y hasta resucita muertos. Luego pone en ridículo a algún maestro… 

Las cosas cambian de tono sorprendentemente: el supuesto divino niño se vuelve casi vengativo, de modo que varios amiguitos acaban perdiendo la vida, por motivos tan tontos como lo es chocar con Jesús al caminar. La piadosa fantasía quedó atrás.

Atendiendo a todo esto se entenderá fácilmente por qué la Iglesia dejó estos escritos fuera del Canon de libros inspirados.

Como puede verse, en los referidos documentos encontré casi todo, menos el estornudo. 

No sería extraño que apareciera en ellos este suceso tan natural, lo mismo que alguna de las demás contingencias que acaecen a un niño.

Con todo, pienso que en un pesebre, sin ambientador (nada de atomizadores o spray), no es difícil que estornude un bebé. 

En el mejor de los casos, quemarían unos pobres granitos de incienso.

Sin duda la llegada de los pastores sería la ocasión perfecta para el tal suceso; entran radiantes, pero humanos. Nadie me dirá que huele a agua de colonia quien pasa la noche a la intemperie cuidando sus chivitos… 

Hasta los reyes magos se aproximarán sudorosos, después de un largo viaje, a depositar sus regalos.

– ¡Aaachís!

– ¡Salud, mi niño, salud!

(Que para eso has venido.  Nos traes la gracia de lo alto, a fin de que disfrutemos de verdadera salud). 

¡Ay, niño divino: la humanidad huele y duele! (Pero esto último lo aprenderás después…).

+ Freddy Bretón

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