“¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: “Tu Dios es rey”! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.” (Isaías 52, 7-10)

Indago en el contexto literario del pasaje. Quiero entender de qué se trata para poder meditarlo mejor. Me doy cuenta de que forma parte del llamado “Libro de las Consolaciones”, que comprende los capítulos 40-55 del actual Isaías. Noto que en estos versículos de hoy aparece la afirmación “el Señor consuela a su pueblo”. A esta parte de la obra del profeta se la llama Deuteroisaías o Segundo Isaías, porque se cree que fue escrito por una persona distinta de quien escribió los primeros 39 capítulos y de quien escribió los 10 últimos.  Se trata de un creyente anónimo del Exilio.  De él se ha dicho que “es el profeta de los sueños de Dios para con su pueblo”; y de su libro, “un canto de esperanza en vísperas de la liberación”.

Observo también que estos versículos son un himno que sirve de conclusión a la unidad poética que comprende Is 51,9-52,12. Deslizo mis ojos sobre esa página de la Biblia y caigo en la cuenta de que se trata de una unidad compuesta por tres oráculos de salvación en forma de gritos: “¡Despierta, Señor!” (51,9-16); “¡Despierta, Jerusalén!” (51, 17-23); “¡Despierta, Sion!” (52,1-6). Un despertar que desembocará en el retorno inminente de los que han permanecido exiliados en Babilonia. A Dios se le pide que despierte para que intervenga; a Jerusalén y a Sion, para que acojan la salvación de parte de su Señor. Se me ocurre pensar que estoy ante una espiritualidad de ojos abiertos.

Sabiendo estas cosas se aclaran mis pensamientos, y mi corazón se dispone para la meditación. Sobre los montes, los pies del mensajero que anuncia la paz. Me imagino ese alegre mensajero suscitado por Dios para su pueblo. Hoy es un recién nacido. ¿Puede haber una imagen que transmita más paz que el rostro de un infante recién salido del vientre materno? Pienso la palabra “infante” y me viene a la mente que se trata de alguien que no puede hablar. ¿Cómo puede ser, entonces, mensajero? El mensaje es su rostro. En Él, Dios establece su reino de forma definitiva. El nombre del Mensajero es Jesús, y significa “Dios salva”. Paz y salvación son los regalos de Dios en Navidad.

Siento que estoy ante un canto de júbilo, Dios aparece victorioso encabezando el retorno del pueblo a su patria querida. Pero antes el profeta ha tenido que gritarle: “¡Despierta!”. Al tiempo que le pide que utilice su brazo poderoso (51,9). Me sorprende esta osadía del profeta. Me impacta la confianza con que se dirige a Dios. Lo siente un Dios cercano y de brazo fuerte. Es el Dios del Éxodo. ¿Podrá hacer salir a los que están deportados en Babilonia como hizo con los que estuvieron esclavizados en Egipto? El autor del texto no lo duda. Para él, la memoria es la que salva. El viejo éxodo es garantía de la posibilidad de otro nuevo. También yo hago ahora memoria de todos los hechos salvíficos que Dios ha realizado en mí. Paso balance y me resultan incontables. ¡Cuánto me recuerda esto el cántico de María!: “El Poderoso ha hecho obras grandes por mí… Él hace proezas con su brazo…”

Sigo profundizando. El texto me habla de “Buena Nueva”, de victoria, de canto exultante. La victoria se debe al santo brazo de Dios; el canto exultante brota de entre las ruinas de Jerusalén. ¡Qué imagen tan poderosa! La medito y me estremezco. ¿Cómo es posible que de las ruinas broten cantos? Solo es posible gracias al poder de Dios simbolizado en su brazo: “el Señor desnuda su santo brazo”, dice.  Pero, ¡oh paradoja!, hoy el poder de Dios se revela en el rostro del Niño, su mensajero. Un Dios desconcertante, que rompe los esquemas humanos y nos sorprende con su manera de guiar la historia. Esa es la “Buena Nueva”: El brazo poderoso de Dios es un recién nacido acostado en un pesebre.

Pienso la expresión “Buena Nueva” y recuerdo que es la traducción de la palabra “Evangelio”. Buena y alegre noticia de parte de Dios. El recién nacido, el Niño que adoro hoy, es “Buena Noticia”, “Evangelio”, tanto para mí como para todos los que se acercan a Él. Signo de esperanza para los que necesitamos consuelo. Siento que el profeta viene a decirme en este día de Navidad: “no basta creer, también hay que saber esperar”.

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