Rosa Ildefonso

La vida está llena de retos, desafíos y grandes luchas. Vivimos detrás de algo, buscando conseguir o lograr un objetivo; esto hace que se hagan ingentes esfuerzos en todas direcciones.

El conocimiento de que se debe poner todo de nuestra parte, hacer todo lo humanamente necesario para obtener objetivos es una regla invalorable, pero aceptar que no podemos lograr cosas sin la fe en nuestro Padre Celestial es el elemento faltante en la ecuación.

Para tratar de lograr objetivos hay que analizar las siguientes vertientes: Fe en nuestro Padre Celestial y en Jesucristo, el esfuerzo humano y la posesión de bienes para vivir dignamente.

Los seres humanos somos pasibles de andar preocupados porque no logramos lo que deseamos en el tiempo y de la forma que lo queremos, con todas las exigencias de lugar. Entendemos que una forma de evitar tantas preocupaciones es aprendiendo la fórmula de abandonarnos al Señor.

Abandonarse al Señor significa poner todo en sus manos, pero no de una forma vana, sino con la seguridad de que se está poniendo en las manos de quien tiene todo el poder. De quien puede aprobar o desaprobar, el que tiene la capacidad de dar todo, todo; y esa seguridad tenemos que ratificarla con una espera en sosiego.

Entregar nuestros planes a nuestro Señor Jesús, es entablar una simple conversación con Él. Viéndolo como el amigo que sabe escuchar, con el que se siente un remanso de paz, el que da seguridad en el alma, rápidamente y sin estorbos.

Esperar en el Señor, cuando le entregamos nuestra encomienda, es esperar con mansedumbre, con tranquilidad, porque estamos seguros que si conviene se dará y si no conviene, no se dará. Muchos son los que dan testimonios de la obtención de sus objetivos cuando lo ponen en las manos de Dios y saben cómo hacerlo. Otros no logran esa conexión, quizás porque no saben la fórmula.

No conocer la fórmula es un riesgo, un gran riesgo, porque en la actualidad hay un desborde del querer tener, del poder hacer, sin limitaciones, como si todo se lograra de un día para otro. Y es que si no se aplica la fórmula en esta vida que hemos vuelto los humanos tan complicada, hace que algunos se frustren, no encuentren el camino, se aturdan y no toman decisiones favorables, sino poco inteligentes; sin entender que tienen en sus manos la forma de vivir en paz, sin contratiempos, sin preocupaciones.

Ahora bien, no es fácil. Nunca dije que fuera fácil; porque para el ser humano es difícil desprenderse de la vanidad, la competencia (ahora se compite por las marcas que se usan, los autos, las casas, el celular, la ropa, el club, los viajes y muchos otros más) porque para estas personas eso resulta más importante que todo.

Los más jóvenes, los más vulnerables, quieren exigir a sus padres cosas, objetos, que no están a la altura de sus ingresos. Otros que no tienen a quien pedirlo, salen a buscarlo a la fuerza; trayendo desgracias a su vida.

Desprendernos de todo ese lastre que nos encierra como una cárcel, si lográramos exiliar de nuestras vidas esa inclinación a querer tenerlo todo de una manera ambiciosa, teniendo más y más, sería muy favorable. Lograr tener la ambición sana de obtener lo que se necesita para vivir y disfrutar sanamente de la vida, haciendo nuestro esfuerzo, como se amerita para lograr objetivos; lograríamos mucho esa conexión con Jesús cuando le planteamos nuestros planes y esperamos con fe y calma.

El afán, las preocupaciones, el estrés, son la respuesta al control que deseamos tener sobre las cosas, creyéndonos que las vamos a lograr solitos, sin la ayuda del Altísimo.

Divorciarnos del control y el querer tener de más, para dar paso a la fórmula de la fe en nuestro Señor Jesucristo es la clave para vivir en paz.

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