Silabario de fuego

I

Por las dunas horno abierto

hierro candente la voz

Voz de cavernas

profunda

Lobo de mar sin barca

que en mar de arena encalló.

Desierto es vértigo, lobo trama de aullidos calor

Soledad. Silencio entero que te vuelve transparente bruñido a fuerza de sol.

II

Y cruzó vivo el destello relámpago en cielo gris:

Filo de hacha elevada que estremece la raíz.

Bajó la voz a las fieras que disfrutan de razón. “Raza de víboras”, dijo

No tuerzan más los caminos ya la Palabra está cerca preparen el corazón.

Y aquella voz de río hondo que golpeaba sus murallas mansa les resonó.

“¿Qué debo hacer?”—decían. “Den de ustedes lo mejor”.

Pero sólo unos oídos no captaron la ternura

que encerraba aquella voz: Entonaciones molestas, aullidos de hiena oyó.

Y con razón, pues la fiera iba en su propio interior.

Y al chasquido de la espada que la garganta cortó

fue pronunciado el Verbo, cuyo acento fue marcado con el golpe de la sangre que el profeta derramó.

El vaso de agua

B ajaba del mundo, sediento y cansado y a casa de un pobre vine a recalar.

El sol calcinaba el alma por dentro, la arena encendía en ascuas los pies.

“¿Me das agua, niño, que pueda beber?” “Sólo hay ésta; tenga”.

“Pero es despoblado; si no hay más en casa,

¿dónde la hallarás?”

“Beba usted, me dijo; ya aparecerá”.

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