Mi Señor me ha dado una lengua de discípulo, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado. (Isaías 50, 4-7)

Una vez más la liturgia me propone meditar uno de los cánticos del “siervo de Yahvé”. Hoy es el tercero de ellos, el que mejor encaja en este día que celebramos el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Lo leo, y me detengo en tres aspectos que hago objeto de mi meditación: el “siervo” es discípulo, alguien con oídos atentos a la escucha; porque ha aprendido a escuchar puede comunicar “una palabra de aliento”; muestra una clara convicción de que puede llevar a cabo su misión gracias a la ayuda de Dios (“mi Señor me ayudaba”, dice). Llamado, enviado y acompañado. He ahí su experiencia de Dios. Me veo en ese espejo y descubro una figura empañada. Me pregunto: ¿he sido un buen discípulo? ¿He escuchado con atención la palabra del Maestro? ¿Las palabras que comunico, alientan a los demás? ¿Esas palabras son el fruto de una vida discipular auténtica? ¿Estoy convencido de que Dios me acompaña en mi misión? Mucho contenido para orar y meditar.

Lo pienso bien y no dejo de maravillarme. Un siervo no tiene los medios para alentar a nadie; él es quien necesita ser alentado. Está sujeto a su amo y atado a sus mandatos o caprichos. Pero este siervo puede hacerlo gracias a la fuerza de su docilidad: “yo no me he rebelado ni echado atrás…ofrecí la espalda…la mejilla… no oculté el rostro”. Entrega su vida para alentar a otros. Esa es la justificación de su dolor y humillación. El sufrimiento que se asume en favor de otros es una bendición. Quien da la cara sabe que cuenta con un respaldo especial. En el caso del “Siervo” su fuerza reside en aquel que lo envía. A través de sus sufrimientos, el “Siervo” llevará liberación al pueblo. Pondrá su vida al servicio de los demás. Ahí reside su grandeza. No me extraña que la liturgia de la Iglesia proponga leer durante la Semana Santa los cuatro cánticos referidos a esta enigmática figura que nos recuerda a Cristo crucificado. Este de hoy me remite de modo especial a aquel versículo del Evangelio donde Jesús dice: “Vengan a mí los que están cansados y agobiados que yo los aliviaré”. El “siervo” Jesús está dispuesto a levantar el ánimo de los abatidos.

Doy gracias al Señor por concederme, ante todo, ser discípulo suyo. Por insistirme en la necesidad de limpiar cada día mis oídos para escuchar su voz. “Cada mañana me espabila el oído”, dice el “siervo”. Hoy yo quisiera decir lo mismo. Cada mañana me da el Señor un oído atento a la escucha de su palabra. Mañana tras mañana me habla en cada eucaristía que celebro o en cada oración que participo. ¡Cuánto me gustaría hacerla entraña mía! Una parte de mí, que configure mi día y mi vida. Solo así podré “decir al abatido una palabra de aliento”. No obstante, siento que mi corazón necesita ser enseñado más cada día, esponjado en su palabra para poder alentar a otros, especialmente a los que me ha encomendado acompañar.

Hoy comienza la Semana Santa, ¡cuánto me gustaría configurarme mejor con Jesucristo en estos días! En ocasiones he pasado momentos difíciles, tal vez no tanto como el “siervo”, mucho menos como Jesús; pero me ha tocado la porción de amargura recogida en mi propio cáliz. Pero su Palabra, además de iluminarme, me ha fortalecido, para recibir los golpes de la vida. También eso lo reconozco hoy y lo agradezco a Dios. Sé que Él me ayuda, y por eso puedo seguir hacia adelante en mi camino de discipulado y de apostolado. Él responde de mí. No sé qué fuerza oculta me sostiene por dentro. Supongo que es la fuerza de su espíritu. O la misma palabra que escucho cada día y que procuro entregar a otros de la mejor manera. Siento que las adversidades de la vida me van haciendo cada vez más consistente, maduro, decidido. Estoy convencido de que no quedaré defraudado. ¿Quién que haya depositado su confianza en el Señor ha quedado así? Porque confío totalmente en Él puedo vivir mi existencia vulnerable con la seguridad de que todo irá bien.

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