Decima

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Él

É l está en medio de todos. Reparte el pan de su trigo reparte el pan de su vida.

Gozo en la boca del pobre y paz profunda en los ojos. Pero en las garras del lobo late la rabia y el dolo:

Clava el zarpazo con furia sin miramientos ni modos.

Llora el pan que va en sus manos lágrima y sangre

de todos.

Rector de sombras

T odo ausente. Nadie queda.

Ni siquiera te acompañan

tus amores desechables.

De las riendas te han quedado

cicatrices en las manos. Ya no riges.

Ya tus potros –crin al viento– al impulso de la sangre

se han marchado.

Por tu mente los recuerdos galopando –casco y piedras–. Mandarín de edades muertas

–bridas rotas, sueños truncos–. Son amargas las tinieblas.

Con su horrible acupuntura hinca el tiempo tus ijares:

Te espolea el que te ata.

Te has fabricado un trono con fibra de nubarrones:

Con material de cavernas dosel para oscuros sueños.

Extiendes tu mano a tientas y te lamen las tinieblas.

Ya no hay riendas Nada riges

Solo hay sombras.

Cristo de barro

T e bendigo, Jesucristo Verbo amasado en el barro,

sangre vertida del cáliz sobre la tierra sedienta.

Te bendigo, luz potente

que enciende mis pobres soles.

Raíz de savia lejana florecida entre nosotros.

Verbo que eres camino

–polvo, canción y sudores–

por ir detrás de tus pasos me brotan conjugaciones.

Me inclino ante ti y te bendigo

en los geométricos dominios de la araña en el vuelo de las aves migratorias

en los fósiles dormidos en el ámbar en el ópalo irisado

o en las luces de los peces del abismo.

Yo te alabo, Señor, en el helio

en el yodo, en el cobre, en el tungsteno; en la cera blanda

o en la potente molécula de uranio.

Yo te bendigo en la cruz del fruto seco y perdido; y bendigo tu palabra escrita con la sangre

del hombre solidario.

Te bendigo en los niños

y en el llanto de los hombres olvidados; en la mano lánguida

y en la exangüe raíz del desconsuelo.

Yo te alabo, retoño en un árbol vencido; en el costado abierto,

en la fibra deshecha

y en el ventrículo abatido.

Te bendigo en la niebla espesa de la tumba,

en el principio y el fin en el alfa y la omega.

Con la voz de las edades preteridas

y el conjunto de los siglos incontables desde el grito de los tiempos venideros yo te bendigo, Señor.

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