En el último día del año 2022, muy de madrugada, nos llegaba la noticia: ha subido al cielo el Papa Benedicto XVI. El Señor eligió para él una fecha como si quisiera alargar el tiempo cronológico hasta convertirlo en tiempo de gracia, de Kairós y de resurrección: fin de un año  viejo y vísperas de uno nuevo.

      Benedicto XVI, providencialmente, marcó nuestras vidas. Comienzo con un primer recuerdo que tuvo como protagonista al conocido padre dominico Juan Bosch. A punto de editar su Diccionario sobre teólogos y teólogas contemporáneos, le hice notar que, al menos, faltaba la importante voz de J. Ratzinger. Me dijo que no estaba incluido porque era el Prefecto de la Congregación de la Fe. A lo que respondí con una pregunta: “¿Para ser Prefecto de dicha Congregación no es necesario ser teólogo?”… Su respuesta fue pedirme que, en breves páginas y por vía de urgencia, escribiera “algo” sobre el teólogo alemán. Así lo hice, en actitud de obediencia, consciente de la pobreza de lo plasmado. Tan sólo me salvó el tener que recordar su gigantesca obra teológica. Eso era lo verdaderamente lo valioso…

      Volviendo al Papa Benedicto, y utilizando la imagen que siempre me agrada y orienta, si tuviéramos que, a modo de brújula, destacar brevemente cuatro puntos cardinales de su rica y fecunda vida y magisterio, lo haría con estas cuatro claves: Jesucristo; Comunión; Arte; y Diálogo.

      Benedicto, ante todo y sobre todo, fue un creyente y testigo de la fe en Jesucristo, Vivo y Viviente. En la entrega del premio Carlomagno exclamó: “Sólo los hombres y mujeres tocados por Dios serán capaces de abrir las mentes y los corazones de sus contemporáneos a los misterios del mismo Dios”. Nos deja, como herencia perenne, tres volúmenes magistrales sobre la vida y palabra de nuestro Señor, que nos ayudan a vivir el estilo del cristianismo; son dos encíclicas y una Carta Apóstólica que lo concretan, desarrollando las virtudes teologales: Deus Caritas Est (Caridad), Spes Salvi (Esperanza), y Porta Fidei (Fe).

      En cuanto a la Comunión, quiso y supo girar el derrotero del postconcilio Vaticano II de una “hermenéutica de la ruptura y de la discontinuidad hacia otra de la contuidad y del desarrollo homogéneo, fiel y cretaivo, de los dogmas y de la moral”. La revista Communio, de la que formé parte en la edición española, es un testimonio fecundo. En la misma línea, ya en ámbito de vida consagrada, no me cansaré de darle gracias por la fundación de Iesu Communio, que refleja su teología más profunda, anclada en el Evangelio y en la Tradición Patrística.

      En cuanto al Arte, además de ser él mismo un artista polifacético, siempre seguirá siendo un referente muy sugerente la conferencia impartida a los catequistas y profesores de religión de Roma, en el año 2001: “Evangelizar es una arte; es mostrar el arte de vivir de forma auténtica, que no es otro que llevarnos a Jesucristo… Si se desconoce este arte de vivir, todo lo demás ya no funciona en nuestra vida”. Las claves de este arte de vivir en el Señor, las centró en cuatro: primero, la conversión sincera como encuentro con el Resucitado y su Evangelio; segundo, vivir el teocentrismo, experimentando que el reino de Dios es Dios mismo, que Dios existe y está presente y actúa en el mundo; tercero, vivir a Jesucristo como el Enmanuel, el Dios con nosotros, Alguien muy real y presente en nuestra vida; y, cuarto, creer en la vida eterna, lo cual conlleva experimentar que Dios hará justicia a los más pobres y que todo en nuestra vida es importante y tiene valor de eternidad.

      Finalmente, el diálogo. Diálogo y encuentro sincero con la cultura, practicando también el arte de la complementariedad entre fe y razón en todos los campos del saber y del vivir humanos. Dialogando hacia dentro de la Iglesia, y potenciando la verdadera teología. De ahí, su feliz iniciativa de incentivar, premiar, y reconocer  a los más valiosos teólogos cada año. Y diálogo hacia el exterior de la Iglesia, en lo que él llamaba el “atrio de los gentiles”. En este campo, continuando a San Buenaventura e incluso al artista Miguel Angel, practicaba un triple método: inmersión total en la realidad (assumptio); poda de todo aquello que dañara lo divino o lo humano (abblatio);  y hacer resaltar lo más bello y verdadero (elevatio). En J. Ratzinger, la defensa de la razón era, al mismo tiempo la defensa de la auténtica libertad humana: Dios, y lo divino, nunca son enemigos ni contrincantes de lo humano. Por eso, en él, la Verdad siempre va unida a la caridad: la verdad, sin caridad, no es verdad completa; pero la caridad sin verdad está vacía.

      Tenemos un santo intercesor más en el cielo; un sabio pastor. En su encuentro con san Juan XXIII, con san Pablo VI, y con san Juan Pablo II, además de la alegría profunda, habrá comprobado que mereció la pena pilotar el timón eclesial del postvaticano con las claves que, en su día, acertó a sintentizar Danielou: Vuelta a las fuentes genuinas de la revelación de Dios; diálogo con la cultura de su tiempo; y pasión por la pastoralidad. Todo ello siendo maestros de oración, profetas de esperanza, vínculos de comunión, y agentes decididos de evangelización.

      + Cecilio Raúl Berzosa Martínez, Obispo emérito de Ciudad Rodrigo y misionero en Santo Domingo.

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