Duele mucho que el tiempo de Adviento esté desapareciendo, convirtiéndose en una celebración navideña falsa, que nuestra fiesta se está convirtiendo poco a poco en una fiesta de consumo y estupidez, que este hermoso clima, en su naturaleza, ya haya invadido los grandes pabellones comerciales en septiembre para un estímulo de algo falso. No hace mucho, mientras hojeaba uno de los periódicos, me encontré con un artículo absurdo titulado: “Consumes, luego eres”. Probablemente, estas palabras fueron pronunciadas por el clásico consumidor compulsivo que invita a las personas a los supermercados. Desgraciadamente, esta especie de “invitadores” abunda en nuestro país. Por tanto, quiero inclinarme sobre esta realidad que comprende los llamados “Signos de Declive Espiritual y Cultural”.

No me opongo a la cultura de los buenos avances, porque sirven al hombre, ayudan a elevar la calidad de la vida humana. Pero me temo que no se trata solo de los intereses de los consumidores. Detrás de esta afirmación “consumes, luego eres”, hay un pensamiento enfermizo y una peligrosa filosofía de vida. Esta es una manifestación de reducir la existencia humana al nivel de consumo, reduciendo a toda la sociedad al papel de consumidor. Entonces, si eres pobre, sin trabajo y sin dinero, “no eres”, “no eres nadie”, “no cuentas”.

El hombre moderno está expuesto a varios tipos de peligros. Una de sus nuevas manifestaciones es el consumismo antes mencionado, existen también viejas amenazas, entre ellas procesos constantemente adaptados de ateísmo y laicismo, que avanzan muy rápidamente y en amplios círculos. Ya podemos ver el fruto de estas acciones dañinas: depresiones que conducen a la pérdida del sentido de la vida, el egoísmo de los nuevos ricos, el materialismo pragmático, el deseo de vivir a costa de los demás, la persecución religiosa, la corrupción, empresariado que gobierna el gobierno, quitándole el legado escrito en las constituciones, etc. Todos estos son signos claros de un declive espiritual y cultural.

Necesitamos las habilidades del discernimiento evangélico, un claro discernimiento entre lo que constituye un mundo de valores y antivalores, entre lo sagrado y lo profano. El sentido común dice que no se puede equiparar el trigo y la paja. San Agustín (354-430), uno de los cuatro grandes Doctores de la Iglesia Occidental, obispo de Hipona, desde hace mucho tiempo en su ilustre obra “La Ciudad de Dios”, nos advierte que, creando caos mental, creando varios ídolos, a los que el hombre se somete servilmente, acaba siempre con la caída del hombre, con su degradación.

En la citada obra de san Agustín, saca a la luz todas las debilidades del corazón romano, cuyo ornamento fue una vez la virtud, virtus. Según él, el alma romana perdió su fuerza para volar hacia arriba, porque los romanos construyeron un panteón de dioses en la tierra, simbolizando el poder y los placeres materiales. Exaltaron ideales puramente terrenales a los altares y quemaron incienso ante ellos. A la pobreza de la cultura material siguió el abuso de sus frutos embriagadores, de los que se echó a perder la vieja sangre sana, de modo que la virtud romana degeneró y se convirtió en quietismo desordenado. Por eso, cuando la espada de Alarico (365-410), rey de los Visigodos, golpeó la piedra angular del imperio romano, toda la construcción empezó a tambalearse, crujir y caer.

Esta mirada profunda de san Agustín en el corazón mismo de Roma nos revela el vacío, la debilidad y la incapacidad para la subsistencia del poder preservado del imperio, pero al mismo tiempo nos permite ver el rostro de Dios inclinado sobre la historia humana, que hace el esfuerzo colectivo de las personas en la historia adquiere un cierto sentido y el trabajo no carece de propósito. Y aunque parezca ridículo e irrazonable, si creemos en la existencia de los ángeles, podemos decir con seguridad que ellos, y especialmente san Miguel a través de su llamada ¡Quién como Dios!, están mostrándonos la salida de este mundo de consumo, que no es más que el grito del ángel de las tinieblas: ¡Quien como yo!

Padre Jan Jimmy Drabczak CSMA

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