Los testigos directos de esta incomparable grandeza y belleza de Dios son aquellos que están a su alrededor y al mismo tiempo constituyen su corte celestial, sus súbditos y sus servidores. Estos seres están de pies ante el trono real y esperan Sus órdenes. Entre ellos, vemos tres grupos separados:

“asamblea de los santos” (heb. Qehal qedosim) (v. 6), “consejo de los santos” (heb. Sod quedosim) (v. 8) e “hijos de Dios” (heb. Bene elim) (v. 7). Los tres son grupos de Ángeles, llamados a glorificar la infinita grandeza y belleza de su Creador y Señor. No es de extrañar que sea a ellos a quienes se dirige en primer lugar la llamada: jodu samajim, “que glorifiquen, que glorifiquen a los cielos”, es decir, habitantes de los cielos (v. 6).

El llamado anterior es una exhortación litúrgica para glorificar a Dios. Los objetos de adoración son los Milagros de Dios y Su fidelidad (v. 6), a través de los cuales Dios les revela principalmente Su majestad y belleza. Se trata aquí del culto litúrgico a Dios, en el que participan en primer orden los Ángeles (v. 6.7.8), luego los servidores litúrgicos en el templo (v. 20-38) y el pueblo de Dios (v. 9-19. 39-53). Todas estas criaturas en los ritos litúrgicos se reúnen en torno a su Dios, que está sentado en un trono, reposado en la ley y la justicia, y ante cuyo rostro camina la gracia y la fidelidad (v. 15), para servirle a Él  y glorificarlo. En otras palabras, todas las criaturas racionales están llamadas a presentarse ante Dios ante la Verdad, en el brillo de la belleza, y maravillarse ante Su Divina Majestad, que las limitaciones de nuestro lenguaje no pueden expresar plenamente.

Padre Jan Jimmy Drabczak CSMA

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