El libro de Job es uno de los que declara que los ángeles acompañaron a Dios en la creación del mundo. El piadoso y justo Job es puesto a prueba en forma de desgracias. Entonces aparecen sus tres amigos para convencerlo de que algo debía haber hecho algún mal. Job, sin embargo, es consciente de su inocencia. A pedido de Job, Dios aparece, y simplemente lo inunda con una multitud de preguntas que lo remontan a la época en que se estaba creando el mundo. ¿Dónde estabas cuando se formó la tierra? ¿Quién puso su piedra angular? (38, 4.6b-7) Entonces, con humildad de corazón, Job se inclina ante Dios, lleno de sabiduría y poder, y dice: Soy pequeño, ¿qué te responderé Dios? (40, 4), luego se calla con asombro ante la majestad del Creador y Señor.

El análisis de las preguntas nos revela que, en la creación de la tierra, el mar y la luz, estaban presente las “estrellas de la mañana” y los “hijos de Dios”. Las estrellas de la mañana (en hebreo Kokbe boquer) suelen ser estrellas que anuncian alegremente el amanecer. Se las presenta aquí como seres celestiales vivientes e individualizados que cantan juntos con alegría (heb. Bran-jahad), obedeciendo los mandatos de Dios. Por otra parte, los hijos de Dios (heb. Bne elohim) son los ángeles de los que se dice al comienzo del libro que “están delante del Señor, dispuestos a servirle” (cf. 1, 6; 2: 1). Estos, a su vez, poseen tres actitudes fundamentales:

La primera expresa sobre todo “disposición al servicio”. Tiene el privilegio de estar en una especial cercanía a Dios. Los ángeles están representados aquí rodeando el trono de Dios, como sus ministros (cf. Prov 22,29; 1 Sm 16,21).

La segunda actitud es la de “acompañar a Dios” en la creación del mundo. Se desprende de la pregunta que Dios le hace a Job, en la que quiere decir, en cierto sentido: Tú no estabas allí cuando creé la tierra, el mar y la luz con el poder de mi palabra. Sin embargo, esta acción creadora, llena de sabiduría y omnipotencia, fue observada por los ángeles, regocijándose inmensamente.

Así, el “gozo” es la tercera actitud de los ángeles hacia el poder y la belleza del mundo material. Este hermoso verso revela que la creación del mundo estuvo acompañada de una especie de liturgia celestial: el canto gozoso de las estrellas y la increíble alegría de todos los ángeles.